Se Prepara la Salvación del Hombre

En años recientes se ha escrito y se ha dicho mucho acerca de la salvación. La frase nacido de nuevo se ha publicado en muchos diarios y revistas, algunos de los cuales circulan en todo el mundo. Debido a ello, el tema del nuevo nacimiento y la idea de salvación ocupan un lugar prominente en la opinión pública. Sin embargo, la experiencia del nuevo nacimiento y las doctrinas de la salvación se basan en conceptos fundamentales muy importantes, que a menudo son mal entendidos. Estos conceptos fundamentales constituyen nuestros temas de estudio en esta lección.

La estructura de la salvación descansa sobre la provisión de Dios. En esta lección usted considerará la provisión que Dios ha hecho de su gracia, la cual hizo posible el plan de salvación. Estudiará usted que la salvación se deriva de la gracia de Dios, expresada en la obra expiatoria de Cristo. El plan divino de salvación, que fue planificado en la eternidad e implementado puesto en efecto en el tiempo, suple las necesidades de toda la gente. Después, en las lecciones 2, 3 y 4 considerará la enseñanza bíblica respecto al papel del hombre en la salvación.

Al examinar a conciencia la enseñanza bíblica sobre la salvación, apreciará usted con mayor profundidad el amor, la gracia y la sabiduría de Dios que provee salvación para todas las personas. Quedará maravillado al comprender el gran cuidado con que El estructuró el plan de salvación

LA SALVACION SE DERIVA DE LA GRACIA DE DIOS

Cuando consideramos la salvación, comenzamos con una verdad básica: que un Dios soberano, lleno de amor, sin ninguna razón aparente, decidió mostrar su bondad hacia personas que no la merecían al perdonar sus pecados. Este acto de perdón constituye una expresión de la gracia de Dios.

Se cuenta la historia de un niño huérfano, ßaco y desnutrido que asistía a una escuela de una sola aula grande en un pueblecito. Se les pedía a los niños que dejaran sus almuerzos y abrigos a la entrada para que los pudieran recoger a la hora de la comida. Cierto día, faltaba uno de los almuerzos. El maestro, muy enojado, preguntó: “¿Quién tomó el almuerzo?” Finalmente el huerfanito levantó su mano débil y temblorosa. Tomando un látigo cruel de su escritorio, el maestro le ordenó al niño que pasara al frente para recibir su castigo. Al estar él al frente, con el reconocimiento de su culpa, solitario, llorando en silencio, con su rostro inclinado y temblando todo su cuerpo, comenzó a oírse un leve rumor entre todos los niños. De pronto un niño robusto pasó al frente y le dijo al maestro: “¡Yo recibiré los latigazos en lugar de él!” Y frente a toda la clase, desnudó su espalda en lugar del huérfano culpable, recibiendo así el castigo por la regla quebrantada. La compasión y la simpatía lo impulsaron a sufrir la pena impuesta sobre el pobre huerfanito hambriento y olvidado. Un amor mayor que el de ese niño impulsó a Dios a entregar a su Hijo para que sufriera el castigo en lugar de la gente. El pago de una pena al sufrir el castigo en lugar de otro constituye una ilustración de lo que la Biblia llama gracia.

La gracia es, sencillamente, un favor inmerecido. En la salvación, la gracia es la bondad por la que Dios concede a la gente favores inmerecidos. Quienes han pecado sólo merecen el juicio y el castigo. No merecen el perdón de su desobediencia a Dios. Pero Dios mostró su amor enviando a Cristo a morir en lugar de ellos. Por amor Dios envió a su Hijo a satisfacer la pena por los pecados de ellos, librándolos del control del mal, considerándolos como si nunca hubieran pecado. ¡Eso es gracia!

La gracia no significa que Dios nos excusa de pecado. La Palabra de Dios dice que la paga del pecado es muerte (Romanos 6.23). Ni Dios puede hacer a un lado su actitud recta ni su juicio contra el pecado. Sin embargo, el sacrificio de Cristo en el Calvario satisfizo totalmente la justicia de Dios. De esa manera quedó satisfecha la pena por quebrantar su ley. La gracia no pasa por alto el pecado, más bien lo remueve.

La gracia, entonces, se origina o nace en Dios. El es la fuente de la gracia. Procede de El en abundancia ilimitada y a través de su favor se extiende a todo ser humano.

Clases de gracia

Existen dos clases de gracia en la relación de Dios con su pueblo: gracia común y gracia salvadora. La gracia común es la bondad que Dios muestra a toda la gente, aunque sean pecadores. Le ayuda a la gente a que no hagan lo malo y los alienta a hacer lo bueno. Capacita a los seres humanos para actuar decentemente, y los ayuda a vivir juntos en cierto grado de armonía social. La gracia de Dios provee las bendiciones del mundo natural (lluvia, temporadas fructíferas, alimentos, y muchas otras bendiciones materiales y sociales).

Además de las bendiciones del mundo natural, la gracia común provee la presencia y la inßuencia de la Biblia, el Espíritu Santo y la Iglesia. La gracia común, en sí misma, no basta para la salvación, pero revela la bondad de Dios a toda la gente. Les crea conciencia de las provisiones de Dios para la vida. Produce un clima favorable para una mayor revelación futura e indudablemente los prepara para la salvación. La gracia común también le da al pecador la capacidad de reaccionar favorablemente a Dios. A través de la gracia, Dios hace posible que toda la gente pueda alcanzar salvación.

Hemos visto que la gracia común le hace posible a un hombre reaccionar favorablemente a Dios. Sin embargo, la gracia salvadora de Dios lleva a la gente a Cristo (Juan 6:44), renueva sus corazones, y los libra del pecado. La gracia salvadora de Dios se mostró en forma singular en Cristo. En su Evangelio, Juan dice que “la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). Este versículo no significa que antes de la venida de Cristo no existía la gracia salvadora. Todos los santos del Antiguo Testamento fueron salvos, es decir, fueron aceptos delante de Dios sobre la base de su fe en las provisiones de Dios que incluye la obediencia a sus mandamientos. Sencillamente Juan quiere decir que Cristo constituye la revelación plena de la gracia salvadora y que, desde su venida, sólo a través de El puede recibirse esa gracia salvadora.

La gracia en la Biblia

La palabra traducida como gracia se usa 166 veces en la Biblia. Se menciona 38 veces en el Antiguo y 128 en el Nuevo Testamento. Casi siempre la gracia se relaciona con Dios, puesto que por naturaleza El es un Dios de gracia (Jonás 4:2). Dios expresó su gracia: l) dando cosas buenas a toda la gente ( Mateo 5:45), 2) deseando que todas las personas sean salvas (2 Pedro 3:9), 3) ofreciendo sus riquezas a quienes creen (2 Corintios 8:9), 4) guardando al creyente en momentos difíciles (1 Pedro 5:6-10). Y como el apóstol lo recalca en Romanos 5:20, la gracia de Dios no tiene límite. Es suficiente para todas las necesidades que la gente pecadora trae a la cruz.

¿Observó que en los versículos finales de las epístolas la gracia se relaciona con Jesucristo? Probablemente ya haya usted comprendido que la gracia es de suma importancia en las enseñanzas del Nuevo Testamento, y que Cristo es la expresión máxima de la gracia de Dios. En verdad, sólo por su gracia nuestros corazones son atraídos a El.

Considere la historia de Tigranes, un grande, poderoso rey de Armenia, quien fue capturado por el ejército romano invasor. El derrotado rey, su esposa y todos sus hijos fueron llevados ante el general comandante para recibir la sentencia de muerte. Tigranes se lanzó a los pies del vencedor y le imploró que no matara a su familia. “Haz conmigo lo que bien te parezca, pero no hagas daño ni a mi esposa ni a mis hijos.” Su petición conmovió tanto al general romano que le perdonó la vida a toda la familia y los dejó en libertad. Cuando se alejaban del campamento romano, el agradecido rey se volvió a su esposa y le preguntó: “¿Qué pensaste del general romano?” Ella respondió: “Nunca lo vi.” El rey exclamó: “Estabas en su presencia, ¿hacia dónde mirabas?” Y ella dijo: “Mi vista estaba fija en aquel que estuvo dispuesto a morir por mí. No pude ver a nadie más.” Cuando miramos hacia la salvación de Dios y la cruz, sólo vemos a Jesús, quien estuvo dispuesto a morir por nosotros. La muerte de Cristo es la expresión más grandiosa de la gracia de Dios.

LA SALVACION PROCEDE DE LA OBRA EXPIATORIA DE CRISTO

Si deseamos comprender la naturaleza de la salvación debemos considerar la expiación. La palabra expiación da la idea de enemigos que se juntan para hacer las paces. Se refiere a la reconciliación, el cambio de un estado de enemistad a otro de amistad. En el contexto de la salvación, se refiere a la acción por la que el pecador es reconciliado, o vuelto a Dios. Otro significado de la expiación se refiere a cancelar o cubrir. Como resultado del sufrimiento y la muerte sacrificial de Cristo, los pecados de la gente quedan cubiertos por su sangre y queda cancelada la pena por sus pecados.

Para comprender plenamente la importancia de la expiación y su lugar en el plan de salvación, piense en la siguiente escena. Cierto padre y su hijo se enfrascaron en una agria discusión. Como resultado, el hijo se fue de la casa, jurando que jamás regresaría mientras su padre viviera. La madre sufría intensamente, ya que los amaba a ambos. Después de muchos meses el hijo recibió un mensaje muy urgente pidiéndole que regresara a su casa, ya que su madre estaba gravemente enferma y moriría de un momento a otro. Al entrar el hijo en el cuarto del hospital, vio a su amada madre pálida y agotada en la cama. Tanto el padre como el hijo vieron en silencio a su ser amado, sabiendo que pronto moriría. Echando mano de sus últimas reservas de fuerza, la madre extendió su mano y tomó la de su esposo; con la otra mano tomó la del hijo. Como un acto vinal de amor, juntó las manos de ambos en su pecho. . . y expiró.

La muerte de Cristo en la cruz constituyó el medio para reconciliar a un Dios santo con la gente pecaminosa. Por medio de la cruz recibimos la expiación de pecados; es decir, los pecados han quedado cubiertos por la muerte de un sustituto; la pena ha sido satisfecha, y Dios y la humanidad han sido reconciliados.

Necesidad de la expiación

Algunos quizá se pregunten por qué Dios no sencillamente abandonó a la gente en sus pecados, o simplemente los declaró buenos y los hizo rectos. La Escritura, sin embargo, muestra que Dios es santo, lleno de amor y justo. No desea que nadie perezca, pero tampoco no puede excusar la culpa de la gente ni aceptarlos en su pecado. Para poder restaurar a la gente, por tanto, Dios proveyó el remedio a través de la expiación. La solución se encuentra en la persona y obra de Jesucristo. En Cristo se llenan todos los requerimientos de la justicia de Dios, tanto en su vida, puesto que guardó la ley perfectamente en nuestro lugar, como en su muerte, ya que murió bajo la pena del quebrantamiento de la ley.

En la expiación, se cumplieron los propósitos de justicia perfecta y amor divino. La gente quedó libre del poder y la culpa del pecado y fue restaurada al compañerismo con Dios.

La necesidad de la expiación se muestra claramente en las Escrituras. En primer lugar, la santidad de Dios no pasa por alto el pecado (Exodo 34:6-7; Romanos 3:25-26), sino exige que sea cubierto y cancelado. En segundo lugar, la ley de Dios, que reßeja su misma naturaleza, le obligó que demandara satisfacción de parte del pecador (Deuteronomio 27:26). Entonces, la veracidad de Dios demanda la expiación (Números 23:19; Romanos 3:4). Dios les había advertido claramente a Adán y Eva que morirían si desobedecían sus mandamientos. (Compárese Génesis 2:16-17 con Ezequiel 18:4 y Romanos 6:23.) La veracidad de Dios demandaba que fuera cierto a su palabra y exigiera la satisfacción de esta pena, ya fuera por los ofensores o un sustituto. Finalmente, el alto costo del sacrificio sugiere que era necesaria la expiación. De seguro Dios no demandaría la muerte de su Hijo innecesariamente (Lucas 24:26; Hebreos 2:10; 9:22-23).

La doctrina bíblica de la expiación

La Biblia enseña que el hombre cayó en pecado por desobediencia, y que Cristo, por su obediencia en lugar del pecador, cumplió la pena que el pecador había contraído (Romanos 5: 12-19). Esta verdad significa que Cristo murió como nuestro sustituto, murió en lugar de nosotros. Su sacrificio por los pecados nos ganó el favor divino. Este acto de cumplir la pena por nuestros pecados y morir como nuestro sustituto se conoce como la sustitución penal.

La sustitución penal de Cristo es un concepto básico de la enseñanza bíblica de la expiación. En Isaías 53:56 leemos:

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

Estos versículos (así como en Isaías 53:4) enseñan claramente la expiación por sustitución.

Jesús dijo respecto de sí mismo: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45). En Gálatas 3:13 el apóstol Pablo escribe que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición”. Estas palabras sólo pueden interpretarse en el sentido de que Cristo, que fue sin pecado, tomó sobre sí la pena que los pecadores deberían haber sufrido justamente. En Romanos 3:21-26, Pablo, que escribió ampliamente sobre este tema, insiste en que la expiación por la muerte de Cristo muestra que Dios es tanto justo como misericordioso.

Aspectos de la expiación

Cuando hablamos de aspectos de la expiación, sencillamente reconocemos que ningún término puede incluir y explicar toda la grandeza de la expiación. Los siguientes términos se le ofrecen para ayudarle a comprender la obra salvadora de Cristo plenamente.

Obediencia. De los diversos aspectos de la expiación, la obediencia de Cristo unifica mejor el concepto total. Puesto que constituye el aspecto general del cual dependen todos los demás, lo consideraremos en primer lugar.

Al proveernos salvación, Cristo se convirtió en nuestro sacrificio obediente. No reclamó su condición de igualdad con el Padre, a la cual tenía pleno derecho, sino que voluntariamente tomó la forma de siervo (Filipenses 2:7-8). Por ello le fue necesario que, temporalmente, se limitara a nuestra humanidad (Hebreos 2:14). Juan describió lo mismo al decir: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14), como hombre. Lucas recordó que durante su juventud Jesús fue obediente a sus padres (Lucas 2:51), y Jesús mismo testificó que su misión en la tierra consistió en hacer la voluntad de Dios fielmente (Juan 6:38).

Como Hijo del Hombre, Cristo obedeció las demandas de la ley. Guardó la ley civil como judío y también observó la ley ceremonial. Guardó también la ley moral, temió a Dios y guardó sus mandamientos. Además, se sometió a todas las penas que resultaron de la desobediencia del hombre a la ley de Dios.

Además del aspecto general de la expiación, la obediencia, otros cuatro términos específicos describen lo que Dios hizo en la muerte de Cristo: sacrificio, propiciación, reconciliación y redención. Cada uno describe la provisión de Dios que suple una necesidad específica del hombre pecador. Estas palabras son de importancia especial porque se usan en el Nuevo Testamento.

Sacrificio. Este término tan amplio incluye todo lo que Cristo hizo para provernos salvación. Su sacrificio cubre los pecados del hombre. Se aplica directamente a la necesidad creada por nuestra culpa. Pablo nos dice que “Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2). No hay términos más claros en el Nuevo Testamento que describan mejor la muerte de Cristo como los que se relacionan con sacrificio. Cuando las Escrituras describen a Jesús como el Cordero de Dios, cuando dicen que su sangre limpia de todo pecado y enseñan que murió por nuestros pecados, vemos claramente que la muerte de Jesús fue en realidad un sacrificio por el pecado (Juan 1:29; 1 Juan 1:7-9; 1 Corintios 15:3). Se describe su muerte como muerte por el pecado y como la que cargó el pecado (2 Corintios 5:21). Dios hizo de Jesús el sacrificio por el pecado (Isaías 53:10). Pagó la deuda que nosotros no podíamos pagar, y eliminó (borró) el pasado que nosotros no podíamos borrar. El es nuestro sacrificio, porque su muerte se presenta como un acto de perfecta entrega personal (Hebreos 9:14; Efesios 5:2). Su único sacrificio fue suficiente para apaciguar la justicia ofendida (ira) de Dios y derribar todas las barreras entre Dios y el hombre que interrumpían su comunión (Hebreos 9:28; 1 Pedro 3:18).

Propiciación. La propiciación suple las necesidades que surgen de la ira de Dios. Propiciar significa apaciguar (pacificar) la justa ira de Dios por un sacrificio expiatorio. A Cristo se le describe como esa propiciación (Romanos 3:25; 1 Juan 2:2; 4:10). El concepto de la ira de Dios se encuentra en toda la Biblia, particularmente en el Antiguo Testamento. Da hincapié a la seriedad del pecado. Por el sufrimiento del sustituto expiatorio del pecador, Jesucristo, la ira divina es propiciada (apaciguada). Y como resultado de tal propiciación no entra en vigor el castigo que el pecador merece por causa de su pecado.

Debido a que algunos mal entienden el amor de Dios, rechazan la idea de la ira de Dios. Pero su ira no es como la nuestra. Nosotros nos enojamos porque nos lastiman o nos ofenden y explotamos en un arranque de cólera. Pero la ira de Dios es judicial y está dirigida contra el pecado y los pecadores. El no pierde los estribos.

Reconciliación. La reconciliación suple la necesidad creada cuando las personas pecaminosas se separan de Dios. La Biblia nos dice que los pecadores son enemigos de Dios (Romanos 5:1011; Colosenses 1:21; Santiago 4:4). La relación dañada entre Dios y el hombre fue causada por el pecado de éste (Isaías 59:2). Pero Cristo murió para remover nuestros pecados, los cuales eran la causa de la hostilidad y la separación. Al restaurar el compañerismo entre Dios y el hombre, Dios dio el primer paso para corregir el problema: “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8) y “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). La reconciliación, entonces, se refiere al ajuste de diferencias entre Dios y el hombre. Hace que todo quede bien.

Redención. La redención responde a la necesidad creada por la esclavitud del hombre al pecado. La redención habla de la liberación de cierto mal por el pago de cierto precio. Este precio fue pagado con el propósito de librarnos del pecado y su culpa. Ese precio fue la muerte expiatoria de nuestro Salvador. El escritor de la Epístola a los Hebreos declara que, “interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones” (Hebreos 9:15) somos libres del pecado y de Satanás. Además, “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3:13). Sin esta redención de la maldición de la ley, no podríamos disfrutar de salvación. Además de la redención de la maldición de la ley, también hemos sido liberados de la esclavitud de la ley, y de la necesidad de guardarla como condición para ser aceptos ante Dios.

El alcance de la expiación

Cuando discutimos el alcance de la expiación, debemos considerar estas preguntas: ¿Acaso Dios tenía la intención de que Jesús muriera por todas las personas? ¿O que muriera sólo por unos cuantos escogidos?

El valor de la expiación es ilimitado, pero su aplicación es limitada. La muerte expiatoria de Cristo es suficiente para todos, pero es eficiente sólo para los que creen. De tal manera amó Dios al mundo (entero, a la humanidad) que dio a su Hijo para proveer salvación. Pero como estudiaremos en la siguiente lección, cada persona debe responder individualmente a la provisión de Dios (Juan 3:16).

LA SALVACION SUPLE LAS NECESIDADES DEL HOMBRE

Una de las razones básicas del estudio de la salvación radica en que ésta suple las necesidades del hombre. Nuestra responsabilidad como creyentes consiste en compartir las buenas nuevas con toda la gente. Sin embargo, si deseamos demostrarles efectivamente cómo Cristo puede suplir sus necesidades, debemos conocer esas necesidades.

El pecado del hombre

En la Biblia sobresalen dos enseñanzas respecto a la naturaleza del hombre: su pecado y su conßicto (o condición). El pecado consiste en la incapacidad de vivir de acuerdo con la ley de Dios, o en quebrantar abiertamente la ley. Sin embargo, el pecado es más que simple desobediencia. Consiste también en ensalzar al yo y minimizar a Dios. Puesto que somos criaturas pensantes, con la capacidad de razonar, sabemos que cuando hacemos lo que no debemos, o no hacemos lo que debemos, somos lo que no debemos ser, o no somos lo que debemos ser; somos culpables de pecado.

Toda persona es pecadora de dos maneras: Una consiste en que nació en pecado y la otra en que decide cometer actos pecaminosos. El pecado de Adán ha sido trasmitido a todas personas porque fue la cabeza representativa de toda la raza humana (Romanos 5:12). Por tanto, cuando Adán cayó, la raza humana también cayó, y toda la gente heredó una naturaleza pecaminosa, la cual produce actitudes de terquedad y rebelión hacia la ley de Dios. Además, las personas son responsables de sus propios actos pecaminosos (Gálatas 5: 19-21).

El conßicto del hombre

Como resultado de su pecado, la gente está separada de Dios y de sus semejantes. Debido a la naturaleza pecaminosa que resultó de la caída, las personas son totalmente malas. Cada elemento de su naturaleza ha sido afectado: su intelecto, emociones y voluntad. Por esa razón son totalmente incapaces de salvarse a ellas mismas. Sus mentes se han entenebrecido por el pecado de manera que no pueden comprender las cosas espirituales (1 Corintios 2:14). Para ellas, las cosas espirituales son locura. Y puesto que carecen de visión espiritual, no pueden comprender las cosas de Dios. Sus mentes naturales no pueden comprender estas verdades; necesitan información, la cual sólo pueden obtener por la obra del Espíritu Santo.

La voluntad de la gente está atada en esclavitud al pecado. Según el apóstol Pablo, se debe a que los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8:7-8). De estas verdades podemos sacar varias conclusiones:

  1. Las personas caídas no pueden pensar, desear o hacer lo verdaderamente bueno.
  2.  En ciertas ocasiones, quizá hagan ellas buenas obras debido a la gracia común.
  3. Su capacidad para decidir y actuar está limitada por su esclavitud al pecado (Romanos 6:17, 20).
  4. La única liberación de estas cadenas de pecado reside en la gracia redentora de Dios.

Es hermoso saber que la voluntad de la gente está libre para volverse a Dios, arrepentirse y creer. Esta es la enseñanza de las Escrituras.

Vemos que a las personas pecaminosas se les ha ordenado que se arrepientan. Si ellas no fueran libres para responder a esos mandamientos, éstos no tendrían significado ni fuerza verdadera. Con la ayuda de Dios, la gente puede desear y actuar de acuerdo con el buen propósito divino: arrepentirse de sus pecados, creer en Jesús y aceptar su salvación (Filipenses 2:12-13). La salvación por medio de Cristo es la única solución para el pecado de la gente.

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