Confíe en el Espíritu Santo

El sonido de un fuerte viento resonó en toda la casa donde estaba sentada la gente. Apareció de pronto el fuego, dividido en llamas o lenguas sobre la cabeza de los presentes. Entonces cada quien comenzó a alabar a Dios en un idioma desconocido, que no había aprendido de antemano.

Jesús había ascendido al cielo. Como 120 seguidores de El se habían reunido para orar y esperar en el Señor. Entre ellos estaban los hermanos de Jesús, los apóstoles, y varias mujeres incluso María, la madre de Jesús. Habían oído el viento, habían visto el fuego, y al rendirse al Espíritu Santo El usó sus lenguas para contar en otros idiomas las maravillas de Dios. Era el día de Pentecostés (Hechos 2:1).

De inmediato se congregó una gran multitud, maravillada y atónita. Algunos se burlaban de los seguidores de Jesús. Entonces San Pedro se puso de pie y en voz alta le predicó a la multitud acerca del significado del Pentecostés. Tres mil aceptaron su mensaje respecto a Cristo. La iglesia comenzó a crecer cuando San Pedro predicó en el poder del Espíritu.

El evento pentecostal le presenta este mensaje hoy: usted, también, ¡puede recibir el Espíritu Santo!

Al Espíritu Santo se le puede llamar el “Gran Evangelista”. Después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo fue enviado como “otro Consolador”, para revelar la verdad acerca de Dios (Juan 14:16-17). El unge la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios, abre corazones y hace que Cristo sea real en ellos. Opera dentro de la vida de los creyentes, les ayuda a crecer en madurez cristiana y para glorificar al Señor.

Pero necesita instrumentos a través de los cuales pueda realizar su obra. ¡Nos necesita a todos nosotros! Cuando nos rendimos a El, obra a través de nosotros para realizar esta gran tarea de evangelización. Podemos confiar en que el Espíritu Santo es nuestro fiel ayudador. Nos ayuda a orar efectivamente y nos conducirá a ganar almas.

EL ESPIRITU SANTO LE AYUDA A ORAR EFECTIVAMENTE

Ore en el Espíritu

Cierto misionero anciano, de Sudáfrica, disfrutaba una tarde, junto con sus nietos, de un buen programa de televisión. En Pretoria, ciudad situada como a 120 kilómetros, su hijo Geoff se recuperaba en un hospital después de una delicada operación. Habían recibido la noticia de que ya había salido de la unidad de cuidado intensivo y que se recuperaba satisfactoriamente.

De pronto dijo el misionero: “Creo que debemos apagar el televisor y orar por Geoff.” Después que oraron juntos, se retiró a su recámara y comenzó a orar en otro idioma que le dio el Espíritu Santo. Oró hasta que sintió alivio de la carga por su hijo.

Sin saberlo, su hijo Geoff padecía una fiebre muy alta y deliraba. Por ello tuvo que ser regresado a la unidad de cuidado intensivo, con las manos atadas, y bajo equipo de emergencia. Su condición era muy crítica.

Después de varias horas de constante vigilia, la enfermera le oyó decir: “¿Por qué me han atado las manos? ¿Me podría desatar, por favor?”

Muy alarmada, la enfermera corrió a ver al médico. Pero Geoff estaba bien. Pocos días después su esposa lo llevó a casa.

Entonces le dijo a la familia: “Algo extraño me ocurrió. Parecía que yo estaba inconsciente y sufriendo fuerte dolor. Entonces oí la voz de mí padre, orando en lenguas. Al escucharle con atención, todo comenzó a aclararse. Me di cuenta de que aún estaba en cama, con las manos atadas, por lo que le pedí a la enfermera que me las desatara. Cuando ella y el médico me vieron, quedaron sorprendidos por mi rápida recuperación. Experimenté un milagro de sanidad del Señor.”

¿Qué hubiera ocurrido si el misionero se hubiera ocupado demasiado en otros asuntos como para impedir la acción del Espíritu Santo?

El apóstol San Pablo, en su enseñanza sobre los dones del Espíritu, escribió acerca de dos clases de oración. Dijo que en ocasiones oraba “con el espíritu”, pero en otras “con el entendimiento” (1 Corintios 14:15).

Después de ser bautizado en el Espíritu Santo, usted puede orar en su “idioma de la oración”. Orar en el Espíritu significa que usted rinde su espíritu a El, quien a su vez le habla a usted en otro idioma. Es el don de lenguas en una de sus operaciones hablarle a Dios (1 Corintios 14:2). De esta manera el Espíritu Santo puede pasar por alto la mente y usar la lengua rendida para orar de acuerdo con la voluntad de Dios. De ese modo la mente no puede estorbarle a la voluntad de Dios con pensamientos de duda.

También podemos orar con nuestro entendimiento, y Dios puede darnos comprensión al orar. Cuando conocemos una necesidad o estamos conscientes de una emergencia podemos acudir a Dios y saber que nos oye. A menudo cuando dirigimos a otros en oración el Espíritu Santo nos unge para que oremos con confianza y autoridad que no son nuestras.

Oración y ayuno

En ocasiones será necesario que ayunemos, que nos abstengamos de comer total o parcialmente. El ayuno en sí no hace a nadie más santo, pero ayuda para poner el cuerpo bajo sujeción y recordarnos que el reino de Dios es más importante que las necesidades del cuerpo. Le ayuda a una persona a vivir más cerca del Señor y a aumentar su fe en la Palabra de Dios. El ha decidido usar este método de oración de manera que no podemos comprender plenamente; pero si se practican con la actitud correcta, la oración y el ayuno producen resultados.

Refiriéndose a un demonio, los discípulos le preguntaron a Jesús: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?” Habían tratado inútilmente de liberar al joven lunático de su mal. Al ver que no podían hacer nada, el padre del joven acudió a Cristo, quien inmediatamente le mandó al demonio que saliera, y el jovencito quedó sano.

En respuesta a su pregunta, Jesús les dijo que se debía a su poca fe. Agregó que ese género de demonios se echa fuera sólo con oración y ayuno (Mateo 17:20-21).

Intercesión por las almas

Existe otra clase de oración que debe usted aprender y experimentar — la oración intercesora. Esta es la oración ungida para la salvación y liberación de otras personas. Es un ministerio del Espíritu Santo realizado a través de alguien que se ha rendido totalmente a El. La persona bien puede sentir una gran carga de orar en cualquier momento del día o de la noche. Quizá sepa o no el propósito, pero deja de hacer lo que está haciendo y clama a Dios, “con gemidos indecibles” (Romanos 8:26). Este sentir se compara con los dolores de parto de una madre. El creyente continúa orando hasta que se siente libre de esa carga. ¡Esta clase especial de intercesión ha producido grandes milagros en el reino de Dios! Puede usted pedirle al Señor que le dé esta clase de ministerio. No es fácil; implica una gran responsabilidad. Pero produce nacimientos espirituales.

Es bueno orar solos; pero también es necesario orar juntos con otros. Unase a amigos llenos del Espíritu en oración por la salvación de las almas. La oración colectiva produce resultados. El Espíritu Santo ha realizado grandes obras cuando un grupo de personas se han entregado juntos a la oración ferviente. La unión produce fuerza y victoria. “Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán” (Levítico 26:8).

EL ESPIRITU SANTO LE GUIA A GANAR ALMAS

Al dirigirse a Dios en oración, el Espíritu Santo le ayudará para alcanzar las almas y ganarlas para Cristo.

El nos da un ejemplo

He aquí cómo presento la historia narrada en Hechos 8:26-39.

Una caravana viajaba hacía el sur, rumbo a Gaza, en el desierto. Un hombre que vestía elegantemente iba sentado en su carro, leyendo un rollo con mucho cuidado.

De pronto apareció un hombre llamado Felipe. Este iba corriendo junto al carro, oyendo lo que leía el viajero. Con la respiración entrecortada, Felipe le preguntó: “¿Entiendes lo que lees?”

“¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” contestó el viajero. Este hombre era el tesorero principal de la reina de Etiopía. Aunque no sabemos cómo se llamaba, sabemos que tenía hambre de la realidad espiritual. Había viajado mucho desde su tierra para adorar a Dios en Jerusalén. De alguna manera había oído acerca del gran templo dedicado a la adoración del único Dios verdadero. Había comprado un rollo del Antiguo Testamento, que contenía los escritos del profeta Isaías, escrito desde unos 700 años aproximadamente. Leía las Escrituras en voz alta.

Felipe, uno de los siete ayudantes de la iglesia de Jerusalén, había estado en una de las principales ciudades de Samaria. Ahí le había predicado a la gente acerca de Jesucristo, el Mesías. Muchos samaritanos se convirtieron, y otros fueron sanados por el poder de Dios. Los malos espíritus fueron echados fuera. Había gran regocijo en la ciudad (Hechos 8:5-8).

Sin embargo, el Espíritu Santo conocía la necesidad de un hombre solitario. Un ángel enviado por el Señor visitó a Felipe y le dijo: “Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza.” Fue dirigido hacia el lugar correcto. Felipe obedeció. Al llegar al área vio un carro a lo lejos — llegó en el momento oportuno.

Entonces el Espíritu Santo le dijo: “Acércate y júntate a ese carro.

Cuando el etíope invitó a Felipe a subir al carro y a sentarse junto a él, Felipe sabía que todo había sido preparado por el Señor. Y cuando el oficial preguntó: “¿De quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?” Felipe estaba plenamente seguro de que el Espíritu Santo estaba dirigiendo todo. Le fue muy fácil presentarle a Cristo al viajero, el sufriente Salvador y Mesías.

Felipe le explicó toda la historia, comenzando con las palabras de Isaías. Hizo lo que debe hacer todo ganador de almas — contar las Buenas Nuevas acerca de Jesús. El hombre escuchó con atención. Su corazón estaba listo y recibió el mensaje inmediatamente.

Siguieron viajando hasta que llegaron a un estanque. “Aquí hay agua”, dijo el oficial. “¿Qué impide que yo sea bautizado?”

“Si crees de todo corazón, bien puedes”, contestó Felipe.

“Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”, dijo el oficial ansiosamente.

La caravana se detuvo. Felipe el judío y el etíope de piel negra descendieron al agua. Fue un bautismo por inmersión una señal externa de un cambio interno. La Biblia dice que entonces el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el oficial ya no lo vio, pero “siguió gozoso su camino” .

No sólo estuvo Felipe en el lugar correcto y en el momento oportuno, sino que también el Espíritu Santo le dio las palabras correctas que debía usar. Dirigió la mente del oficial de lo que ya sabía (profecías de Isaías) a lo que desconocía.

El provee oportunidades

Después de un ocupado día de trabajo, cierto hombre de Australia se dirigía a su casa. El Espíritu Santo le susurró que se detuviera en cierta casa. Se sentía cansado y con hambre, ¿por qué debía detenerse en ese momento?

Pero obedeció la dirección del Espíritu y tocó a la puerta. Nadie contestó inmediatamente. Tocó de nuevo. Finalmente un hombre la abrió. El laico creyente preguntó: “¿Me permite ayudarle de alguna manera”? El Espíritu Santo me indicó que viniera a su casa.

“¡Ah!” dijo el hombre con un tono de alivio, “¡ha llegado usted a tiempo! Estamos a punto de suicidarnos”. Tenía en su mano una filosa navaja de barbero. Entonces le explicó cuán frustrados por la vida estaban él y su esposa. Presas de la desesperación había decidido matar a su esposa y luego suicidarse él.

El laico creyente, aprovechando esos momentos de oportunidad, explicó diligentemente el camino de salvación. Oró con ellos y los ganó para el Señor. En lugar de la horrible muerte por suicidio, encontraron una esperanza viva por la fe en Cristo. El Espíritu Santo conocía su necesidad y les proveyó la oportunidad de que uno de los dedicados siervos del Señor los dirigiera hacia el Salvador.

EL ESPIRITU SANTO LE CAPACITA PARA EVANGELIZAR

Debe usted ser lleno del Espíritu Santo antes de que pueda experimentar plenamente su poder en su vida y obra. A ello se refirió Jesús cuando dijo que sus seguidores serían testigos de El. Los alentó diciéndoles: “Yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros” (Lucas 24:49).

El poder dinámico para la evangelización efectiva, comprenderá usted más y más, radica en la persona del Espíritu Santo. Es el Espíritu de poder, y el propósito de ese poder consiste en hacernos testigos del Cristo vivo. Las últimas palabras de Cristo, antes de ascender al cielo, fueron: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Les ordenó que esperaran en Jerusalén al Espíritu Santo.

Los seguidores de Jesús le obedecieron. Esperaron en oración y adoración. Entonces descendió el Espíritu Santo. Fueron llenos de poder de lo alto. Fueron llenos hasta rebosar y contaron alegremente las maravillas de Dios en los idiomas que el Espíritu Santo les dio para hablar (Hechos 2).

El da valentía y amor

Cada vez que en el libro de Hechos se narra el derramamiento del Espíritu Santo sobre un grupo de personas, también describe crecimiento de la iglesia. Los creyentes evangelizaban y la gente se convertía.

El Espíritu Santo da valentía. Cierto cojo que se sentaba a la puerta del templo llamada la Hermosa fue sanado milagrosamente. Cuando San Pedro y San Juan le predicaron a la multitud que se congregó, los guardas del templo los arrestaron. Después, cuando San Pedro lleno del Espíritu Santo presentó su defensa ante los líderes judíos, se maravillaron al ver la valentía y el arrojo de los apóstoles (Hechos 4:13). Usted también puede recibir esa valentía del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo también imparte amor. A través de El, el Espíritu de amor, se produce el fruto del amor (Romanos 15:30; Gálatas 5:22). A través de El Dios derrama su amor en nuestros corazones (Romanos 5:5).

El corazón humano tiene la tendencia de no preocuparse tanto por los extraños como lo hace por los propios miembros de la familia. ¿Recuerda la historia de la madre que pensó que había perdido a sus niñas? (Véase la lección 1.) Comprendió que se preocupaba más por la seguridad de sus hijas que por las almas, por quienes Cristo murió. Recordó esa petición cuando estaba orando por dos jóvenes arrodillados en el altar de la iglesia. Al arrodillarse e imponerles las manos, en silencio le pidió al Señor que le ayudara a derramar su corazón en amor por ellos así como lo haría por sus dos hijas. Los jóvenes comenzaron a llorar.

Después testificaron que sintieron un calor que los invadía y los acercaba al Señor. Era más que el simple amor de una madre era el amor de Dios.

El convence de pecado

En la gran obra de compartir las Buenas Nuevas, el Espíritu Santo va delante de nosotros. Obra en el corazón del probable convertido, inquietándolo y causándole molestia hasta que se arrepiente de su maldad y se rinde al Señor.

Cierto policía de la bella isla de Jamaica dio este testimonio: “Yo arresto a las personas que desobedecen las leyes. Pero cierto día el Espíritu Santo vino y, tocándome en el hombro, me dijo: ‘Señor, ¡queda usted arrestado!’

“‘¿Por qué?’ pregunté. ‘¿Qué hice?’

“El dijo: ‘Ha desobedecido las santas leyes de Dios. Se ha rebelado. Su corazón no está bien con el Señor.’ Y así me arrestó. Quedé atemorizado. ¡Pero luego comprendí que Jesús ya había purgado la pena de mis pecados y que podía ser libre! ¡Gloria a Dios! Ahora soy un policía cristiano que le sirve a su Señor.”

El Espíritu Santo convence de pecado. Les muestra a las personas lo malo que han hecho. Las hace sentirse incómodas cuando rechazan a Jesús, el único medio de salvación (Juan 16:8-9).

He Gives Gifts to Aid in Evangelizing

El Espíritu Santo reparte dones, hermosos, para la obra de evangelización de los inconversos y la edificación de la congregación local. Para compartir las Buenas Nuevas con los demás se necesitan mucho los dones de palabra de conocimiento, palabra de sabiduría, discernimiento de espíritus, y el don de la fe. Puede usted leer acerca de éstos en 1 Corintios 12:1-11.

La palabra de conocimiento es un poco de conocimiento divino, información que le da el Espíritu sobre alguien o algo. De otra manera no podría conocerla usted. De la misma manera, la palabra de sabiduría es la sabiduría divina para decir o hacer lo correcto de la manera correcta. Es mucho más que la sabiduría natural porque la da el Espíritu Santo.

El don de discernimiento de espíritus es la habilidad especial dada por el Espíritu para ayudarnos a reconocer los espíritus del mundo invisible — el Espíritu de Dios, el espíritu del hombre, e incluso los malos espíritus — cuando es necesario para su protección o para la liberación de alguien. El don de la fe es la fe sobrenatural en Dios para suplir cierta necesidad o situación específica.

La historia de Saulo y Ananías de Hechos 9:1-18 ilustra la forma en que el Espíritu Santo reparte dones para ayudar en la evangelización. Saulo (conocido después como Pablo) era un implacable perseguidor de la iglesia hasta que el Señor lo “arrestó”. Mientras que experimentaba una maravillosa conversión, Ananías, otro creyente, oraba a solas.

El Señor le reveló a Ananias datos acerca de Saulo en una visión. Por medio de la palabra de conocimiento Ananías supo:

  1. Dónde estaba hospedado Saulo y el nombre de la calle (v. 11).
  2. Que estaba orando (v. II).
  3. Que él también le había visto en una visión (v. 12).
  4. Que Saulo había sido escogido por Dios para servirle y sufrir por causa de su nombre (vrs. 15-16).

No había manera de que Ananías hubiera podido conocer estos detalles si el Señor no se los hubiera revelado. El Señor no sólo le dio conocimiento, sino también instrucciones. En obediencia, fue a visitar a Saulo, oró por él, y lo alentó. Saulo se recuperó de su ceguera y fue lleno del Espíritu Santo.

Después se contó a sí mismo entre los “pecadores, de los cuales”, dijo, yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Pero el poder del Espíritu Santo le transformó en gran evangelista, fundador de iglesias, y maestro.

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