Dependa de la Palabra de Dios

“No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre”, dijo el profeta Jeremías, del Antiguo Testamento, refiriéndose a Dios. En momentos de desaliento se quejó ante el Señor diciendo:

“Cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo . . . la palabra de Jehová me ha sido afrenta y escarnio cada día.”

Pero algo le ocurrió a Jeremías. ¡El mensaje de Dios le quemaba como fuego en su interior! El profeta dijo: “Traté de sufrirlo, y no pude” (Jeremías 20:7-9). Experimentó el poder vivificador de la Palabra de Dios. Entonces pudo decir: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jeremías 23:29).

En su obra de compartir las Buenas Nuevas, recuerde que la Palabra de Dios es como fuego. El fuego consume las cosas; la Palabra de Dios es verdad; llena de calor el corazón. La Palabra de Dios también es como martillo. El martillo hace pedazos. ¿Ha visto cómo algunos obreros con grandes martillos hacen pedazos grandes rocas? La Palabra de Dios, como un martillo tiene poder para quebrantar los corazones endurecidos. Pero recuerde que su Palabra es el martillo — ¡no usted! Aprenda a depender de la Palabra de Dios.

LA PALABRA DE DIOS CONSTITUYE SU AUTORIDAD EN LA OBRA DE GANAR ALMAS

Refiriéndose a sus escritores la Biblia dice: “Nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Por supuesto, sus estilos de escritura variaron de uno a otro. El profeta Isaías escribió en estilo poético grandioso; San Marcos, el evangelista, escribió de manera directa, vigorosa. Pero el tema general de la Biblia, pese a sus muchos autores, fluye en perfecta unidad. “Toda la Escritura”, dice San Pablo, “es inspirada por Dios, y útil para enseñar” (2 Timoteo 3:16).

Puesto que las Escrituras son inspiradas por Dios, su autoridad proviene del nivel más sublime. No existe en el mundo autoridad mayor. El salmista dijo refiriéndose al Señor: “Han engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas” (Salmo 138:2).

Algunas personas están haciendo preguntas como: ¿Qué derecho tiene usted de convertir a una persona de una fe a otra? O bien: ¿Sobre cuál autoridad se atreve usted a evangelizar? Muchos gobiernos se oponen a la evangelización. ¿Cuál es, entonces, la respuesta?

Quizá nos ayude la siguiente ilustración. Si estuviera usted conduciendo un automóvil y llegara a un crucero donde el semáforo tuviera encendida la luz roja, usted sabría por ello que debería detenerse. Sin embargo, si un policía estuviera dirigiendo el tránsito y le dijera que puede seguir adelante a pesar de la luz roja, usted seguiría conduciendo. Respetaría la autoridad superior.

Cuando Cristo estuvo en la tierra empleó muchas horas enseñando. Leemos que las personas “se admiraban de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1:22).

El derecho de persuadir a la gente a que se vuelva a Cristo en arrepentimiento y fe se deriva de las enseñanzas de la Palabra de Dios. La Biblia constituye nuestra autoridad indisputable para evangelizar. Se nos ha dicho que anunciemos las Buenas Nuevas de salvación. San Pablo escribió: “Te encarezco . . . que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1-2).

La Biblia no sólo nos da autoridad para proclamar su mensaje, sino que también es la autoridad porque es la revelación misma de Dios. Por esa razón es un libro único, singular, superior a todos los otros libros religiosos. La Biblia registra las Buenas Nuevas de salvación por la fe en Jesucristo. Es “la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificamos y daros herencia con todos los santificados” (Hechos 20:32).

Todo el mensaje de la Escritura puede resumirse así: “La ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17). El Antiguo Testamento revela la recta ley de Dios. El Nuevo Testamento cumple la ley, anunciando la gracia y la verdad por medio de Jesucristo.

Las leyes que dio Dios se basan en diez leyes principales que llamamos los Diez Mandamientos, los cuales han influido sobre las leyes básicas de muchos países durante siglos. El propósito de la ley consiste en hacer comprender a la gente en qué consisten las “transgresiones” (Gálatas 3:19). Revela el pecado, el fracaso del hombre, y la pena del pecado.

La gracia, que vino a través de Jesucristo, presenta la solución al problema del pecado. Esta reside en la persona y obra de Jesús. El sobresale en la historia como el único Salvador del mundo. “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Juan 1:16).

Cuando usted evangeliza comunica tanto malas como Buenas Nuevas. Las malas nuevas se relacionan con la ley: todos han fracasado en algún punto al no guardar la justa y recta ley de Dios. Un castigo terrible les espera a todos los que han pecado contra Dios. Las Buenas Nuevas se relacionan con la salvación en Cristo quien purgó toda la pena de la ley en nuestro favor. Podemos ser salvos por la misericordia, el amor y la gracia de Dios que están en su Hijo, Jesús (Efesios 2:4-5). La evangelización por la predicación, la enseñanza y la comunicación de las Buenas Nuevas le ayuda a la gente a “conocer la verdad”, y la verdad los hace libres (Juan 8:32). ¡La verdad tiene un anillo de autoridad sobre ella!

LA PALABRA DE DIOS POSEE UN PODER GRANDIOSO

La Palabra revela el pecado

Hace muchos años, un hombre que vivía en China estaba leyendo en voz alta el primer capítulo de Romanos. Un grupo de hombres le escuchaban, sentados alrededor de él, y asintiendo a lo que decía con el movimiento de sus cabezas. Pero entonces comenzaron a inclinar sus rostros, avergonzados, por lo que decía el lector: “Murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males . . .” (Romanos 1:30). Obviamente estos hombres estaban siendo convencidos por la Palabra de Dios, pero si hubieran leído más adelante hubieran llegado a estas palabras: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24).

La historia muestra claramente por qué el diablo no quiere que la gente escuche la Palabra de Dios. Cuando queda uno convencido de su pecado, desea encontrar una solución — y la Palabra de Dios también la tiene.

La Palabra penetra el corazón

Efesios 6:17 nos exhorta a tomar “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. Podemos combatir en batallas espirituales con la Palabra de Dios porque las Escrituras son mucho más que simples palabras de hombre — son inspiradas divinamente. La Palabra de Dios es la espada del Espíritu.

La siguiente historia ilustra el penetrante poder de la Palabra de Dios. Cierto ateo asistió a una iglesia para oír a un famoso organista que estaba de visita en la ciudad. Muchas personas asistieron al culto, pero el ateo hizo planes de escuchar sólo la música de órgano. Cuando el pastor predicaba, leía la Biblia u oraba, el ateo se tapaba los oídos.

¡Pero una mosca se paró en su nariz! Cuando trató de alejarla con su mano derecha, alcanzó a oír la lectura de la Palabra de Dios:

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Rápidamente volvió a tapar su oído — pero no pudo olvidar lo que había oído. Esas palabras resonaban en su mente una y otra vez. El Espíritu Santo usó ese fragmento de las Buenas Nuevas para hablar a su corazón, ¡y después se convirtió a Cristo!

La Palabra cuenta acerca de la salvación

El mensaje de la Biblia no sólo revela el pecado y penetra al corazón; también cuenta acerca de la salvación. No nos deja en desesperación ni sólo presenta el lado oscuro. ¡Gracias a Dios por el Libro de esperanza que también nos presenta el lado positivo!

La Biblia contiene todos los datos necesarios para la salvación del hombre. Su gozoso mensaje no se encuentra en otras obras literarias. Otros escritos quizá exhorten al lector a tratar de reformarse, y hacen bien — pero sus mensajes son muy limitados. En contraste, las Escrituras cuentan de un Salvador, Jesucristo, quien es el único que tiene palabras de vida eterna. Como San Pedro, también preguntamos: ¿A quién más acudiremos en busca de esas palabras (Juan 6:68)? ¿Quién más pudo decir: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10)?

El gran tema de las Escrituras, por tanto, gira en torno de Jesucristo. “Las Escrituras”, dijo Jesús, “dan testimonio de mi” (Juan 5:39). El núcleo de las enseñanzas de la Biblia sobre la salvación lo constituye el evangelio de Cristo. San Pablo condensó la “historia más grandiosa jamás contada” en estas palabras:

Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Celas, y después a los doce (1 Corintios 15:3-5).

El evangelio, entonces, es la historia de Jesús según Dios; las Buenas Nuevas cuentan acerca de su don de amor al mundo (Juan 3:16). Con razón San Pablo exclamó: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

La Palabra genera fe

Todo ser humano experimenta hambre de Dios. Incluso quien se dice ser agnóstico experimenta este anhelo. El Señor ha dado su Palabra para producir la fe que necesitamos — fe en Jesucristo. La Biblia dice: “Estas (señales y milagros) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

El mensaje de Dios debe pasar a través del oído hasta el corazón, y luego a los labios.

Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:8-10).

¿Le gustaría compartir su fe con los demás? Puede hacerlo dándoles la Palabra de Dios. Romanos 10:17 dice: “La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios.” Otros necesitan oír el mensaje de Dios así como usted lo oyó. Entonces tiene la oportunidad de entrar en su corazón para que puedan tener fe y creer y confesar que Jesucristo es el Señor.

La Palabra produce conversión

Palma era una jovencita de 14 años de edad cuando su maestra de escuela dominical, quien no sabía en qué consistía el camino de salvación, les dijo a sus alumnos que comenzaran a leer su Biblia.

“Yo comencé a leer el Evangelio según San Mateo”, dijo Palma. “Cuando había leído como hasta el Sermón del monte, se apoderó de mí una gran convicción de pecado. Consulté con el pastor y le conté lo que me ocurría, pero sólo me dijo: ‘¿Qué sabe del pecado una niña como tú? ¡Vete a casa a jugar con tus muñecas!’ Nadie pudo ayudarme a encontrar a Cristo como mi Salvador.”

Palma no sabía cómo recibir a Cristo, ni su perdón. Por cinco años llevó esta carga de deseo de conocer al Señor y asegurarse de qué iría al cielo cuando dejara esta tierra — pero no sabía cómo encontrarle. Entonces un día fue a una iglesia de otra ciudad. Ahí escuchó predicar al pastor sobre el arrepentimiento y la necesidad de nacer de nuevo. Con la Palabra de Dios le mostraron a Palma cómo ser salva, y por medio de la Palabra de Dios recibió vida espiritual.

“¡Cuán feliz me sentí al experimentar la conversión verdadera!” exclamó. Después recibió el bautismo del Espíritu Santo — otra experiencia radiante de su vida. Años después fue a China, a Sri Lanka (Ceilán), y a Taiwán como misionera, en donde empleó muchos años fructíferos conduciendo a otros a las mismas experiencias que ella disfrutó.

Las Escrituras sostienen el principio de que sólo la vida puede producir vida. El apóstol San Pedro escribió que somos “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23). “Y esta es la palabra”, explica más adelante, “que por el evangelio os ha sido anunciada” (v. 25). El apóstol Santiago confirmó esta verdad cuando escribió que Dios “nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18).

La Palabra de Dios viva produce vida espiritual a través del nuevo nacimiento.

LA PALABRA DE DIOS Y EL ESPIRITU SANTO TRABAJAN UNIDOS

“Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios” (Efesios 6:17). En esta era del ministerio del Espíritu Santo, usa como arma la Palabra de Dios. Recuerde que “penetra” hasta la conciencia y el corazón del hombre (Hebreos 4:12). La Palabra es la espada del Espíritu. ¡Cuán temible combinación para los enemigos del Señor!

San Pablo escribió: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). ¿Cuáles son las poderosas armas de Dios? Orar en el Espíritu, usar la Palabra de Dios, invocar el nombre de Jesús, y confiar en los méritos de su sangre derramada. Estas son armas con las cuales derribamos “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5).

Cuando uno participa en la obra de ganar almas, entra en una cruenta batalla espiritual. Los demonios, las fuerzas ocultas y otros poderes de las tinieblas mantienen esclavizada a la gente, y Satanás se opone a quienes les podrían ayudar para liberarlos. ¡Pero el Señor en quien confiamos ha resultado victorioso! El dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:18-19).

En toda obra de ganar almas debe usted confiar en el Espíritu Santo y permitirle que ponga la Palabra de Dios en su corazón para que pueda usar las palabras correctas en el tiempo oportuno y en el lugar indicado. Hable bajo su autoridad. Recuerde, su labor consiste en proclamar la verdad del evangelio; la responsabilidad de convencer a los hombres de esta verdad y llevarlos al arrepentimiento descansa sobre el Espíritu Santo. Usted no puede realizar la obra de El, ni El de usted. Esta es la gran asociación entre el Espíritu y nosotros, la cual Dios ha ordenado como medio para que se realice su obra en la tierra.

En el día de Pentecostés, San Pedro, lleno del Espíritu Santo, predicó la Palabra de Dios con gran poder a miles de personas que se reunieron en las calles de Jerusalén (Hechos 2:14-40). Citó las Escrituras del Antiguo Testamento. Predicó a Cristo basado en esos textos — el crucificado, resucitado, ascendido a la gloria, y dador del bendito Espíritu Santo. ¡Ese día la Palabra se convirtió en martillo en las manos de San Pedro! Presentó la Palabra y el Espíritu Santo la usó para convencer los corazones de la gente. “¿Qué haremos?” preguntaron ellos.

San Pedro apeló a ellos “con otras muchas palabras” para que se volvieran de sus pecados y aceptaran la salvación provista por Cristo. El mensaje y la apelación fueron tan poderosos que muchos creyeron y fueron bautizados. Por lo menos 3 mil se agregaron al grupo de creyentes (Hechos 2:41). Después, al continuar la predicación de la Palabra de Dios, el número aumentó a 5 mil (Hechos 4:4). La Palabra de Dios, predicada con poder, produce conversiones como en los tiempos bíblicos. Debemos confiar en que el Espíritu Santo obre en los corazones de aquellos con quienes compartimos las Buenas Nuevas.

LA PALABRA DE DIOS DEBE CONVERTIRSE EN PARTE VITAL DE SU VIDA

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”, exhortó el apóstol San Pablo (Colosenses 3:16). La Palabra de Dios debe convertirse en parte de su vida y testimonio. Es decir, se necesita leer la Biblia diariamente y meditar en ella. Después de leer y meditar en ella, es necesario orar. De esta manera Dios le habla a usted a través de la Palabra; entonces usted le habla a Dios en adoración y oración. Háblele acerca de tantas personas que necesitan salvación, ore por ellas individualmente y por nombre. Siga orando por las personas, no tanto por cosas materiales. Así la tarea de testificarle a la gente le es tan natural como la respiración.

Nada puede tomar el lugar de la Palabra de Dios fija en su corazón y mente. En cada lección se han incluido un versículo o dos para que usted los memorice bajo el nombre de Textos de referencia. Reconocerá el siguiente, porque ya se ha usado en otra lección, pero podrá usarlo con mayor efectividad si lo memoriza.

Cuando comience a compartir las Buenas Nuevas con alguien, hable con naturalidad y sobre temas que le interesen al probable convertido. Entonces, bajo la dirección del Espíritu Santo, cambie la conversación a temas espirituales. Refuerce lo que está diciendo con algún versículo bíblico. Un versículo bien seleccionado ungido por el Espíritu le agrega autoridad a sus palabras. Pero no le cite un número exagerado de versículos a una persona que sabe muy poco de la fe cristiana. Cuando Jesús hizo labor de evangelización personal, rara vez les citó las Escrituras a quienes no estaban interesados en lo espiritual. En lugar de ello, captó su atención ubicándose en el plano de ellos o abordándolos con algo que les interesaba. Entonces los dirigía a las verdades espirituales.

Así alcanzó al director de los recaudadores de impuestos de Jericó. Un hombre de baja estatura llamado Zaqueo, deseaba entrevistarse con Jesús, pero no podía verlo por causa de la multitud. Por ello se vio obligado a subir a un árbol desde donde pudiera observar al Maestro cuando pasara por ahí. Imagínese su sorpresa cuando Jesús vio hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.

Zaqueo se bajó del árbol tan pronto como le fue posible. ¡Esta visita era más de lo que esperaba! ¡Imagínese a este hombre de baja estatura lleno de gozo y dándole la bienvenida al Maestro en su casa! Su disposición de recibir al Señor hicieron que El dijera: Hoy ha venido la salvación a esta casa.” Después de mostrar su amistad a Zaqueo, Jesús lo ganó como fiel seguidor (Lucas 19:1-10).

En esta segunda unidad de estudio intitulada ES NECESARIO RECIBIR PODER — ¡Capacítese!, ha visto usted el poder sobrenatural de Dios en la experiencia de la conversión, en el ministerio del Espíritu Santo, y en la Palabra de Dios. El ha hecho provisión para que su pueblo se capacite con el fin de realizar la tarea que le ha encomendado.

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