Explique el Camino de Salvación

Hace más de 300 años Juan Bunyan, predicador laico y reparador de ollas y sartenes de cocina, escribió el libro El progreso del peregrino. Esta es la historia de un hombre llamado Peregrino que se sentía cansado por una carga pesada que llevaba en sus hombros. Sus pecados lo atormentaban. Cuando Peregrino comienza a leer un Libro que consiguió por casualidad en donde dice que su ciudad está condenada a la destrucción, clama: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”

Aunque su familia y amigos tratan de ayudarle, su condición se empeora. Entonces aparece un hombre llamado Evangelista, quien le pregunta por qué se siente tan atribulado. Después que le explica Peregrino, Evangelista le dice: “Si esta es tu verdadera condición, ¿por qué te quedas parado?”

Peregrino responde: “No sé qué rumbo debo tomar.”

Evangelista le dice a Peregrino que debe escaparse de la ciudad, y lo dirige hacia una puerta angosta con una luz brillante a la distancia. Peregrino comienza a caminar rumbo a la puerta. (Véase Mateo 7:13-14.)

Nosotros también conocemos a personas que necesitan a alguien que les muestre el camino de vida eterna. En esta lección aprenderá a presentar los importantes pasos de la salvación y a dar su testimonio personal. Se incluyen también algunos puntos sobre cómo vencer las dificultades.

PRESENTE LOS PASOS DE LA SALVACION

Era como medianoche en una cárcel de Filipos, de la provincia de Macedonia, hace como 1.900 años cuando ocurrió algo muy extraño. El carcelero había arrojado al calabozo a dos misioneros de la iglesia de Antioquía, Siria. Los trató como si fueran criminales de la peor clase, castigándolos con el cepo, es decir, aprisionando sus pies entre dos pesados bloques de madera. Lo ocurrido se narra en Hechos 16:19-34.

A los dos prisioneros los habían maltratado, insultado y azotado terriblemente. Sin ropa suficiente para cubrir sus sangrantes cuerpos, San Pablo y Silas estaban sufriendo mucho dolor y no podían dormir. Entonces comenzaron a orar. ¡Inundó sus almas un espíritu de victoria! Comenzaron a cantar himnos y a alabar a Dios mientras que los demás presos escuchaban. maravillados.

“Entonces sobrevino de repente”, escribió San Lucas, quien se hallaba en Filipos en ese tiempo, “un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron”. El carcelero estaba profundamente dormido. Perplejo por el fuerte terremoto y observando sus efectos, pensó de inmediato que se habían escapado todos los presos. Como carcelero romano, sabia muy bien que toda la responsabilidad de ellos recaía sobre él y que tendría que pagar con su vida al escape de todos ellos. Desenvainando su espada, estaba a punto de suicidarse.

¡Pero alguien le dijo que no se matara! Era San Pablo. “No te hagas ningún mal”, le gritó, “pues todos estamos aquí”.

¡Imagínese la escena! El carcelero pide que enciendan antorchas. Entra apresuradamente y se arrodilla a los pies de San Pablo y Silas, luego los saca, diciéndoles: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Esta pregunta fue hecha hace como 2 mil años y sigue siendo la misma que hacen hombres y mujeres de hoy que reconocen su necesidad del Salvador.

En esta lección resumiremos los pasos de la salvación con el fin de que podamos presentarlos claramente a quienes no saben cómo ser salvos.

Paso 1: Reconozca que es pecador — Romanos 3:23

He aquí la respuesta que San Pablo y Silas le dieron al carcelero que preguntó cómo ser salvo: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31). Para reafirmar esta simple respuesta, San Pablo y Silas “le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa” (Hechos 16:32).

La pregunta del carcelero nos revela que estaba consciente de su condición perdida. Sabía que necesitaba ser salvo. Como ya lo estudiamos en la lección 5, el Espíritu Santo convence de pecado. La persona convencida puede ignorar la voz del Espíritu Santo y continuar confiando en sus propias buenas obras. Pero si lo hace, no será salvo. Romanos 3:23 dice claramente que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

En Lucas 18:9-14 Jesús presenta una interesante parábola acerca de dos hombres que estaban orando. El recaudador de impuestos sólo decía: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, mientras que el fariseo le recitaba a Dios todas sus buenas obras. Jesús resumió la parábola diciendo: “Os digo que éste (el ‘publicano’ o recaudador de impuestos) descendió a su casa justificado antes que el otro.”

Paso 2: Reconozca que Dios hizo algo para remediar su situación — Juan 3:16

¿Por qué hizo Dios algo para remediar su situación? El hombre pudo haber seguido en su pecado para perderse eternamente — pero Dios hizo algo para remediar esa situación. La razón fue el amor. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Al hacerse miembro de la raza humana se identificó con nosotros. Sufrió y murió en la cruz con el propósito especifico de purgar los pecados del mundo (Juan 1:29). El evangelio que predicamos, enseñamos y sobre el cual comentamos debe girar en torno de estas palabras de San Pablo: “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3).

2 Escriba en su cuaderno los primeros dos pasos de la salvación y los versículos bíblicos que los acompañan. Escríbalos de memoria.

Paso 3: Reciba a Cristo como su Salvador — Romanos 6:23

No basta con reconocer mentalmente el hecho de que Cristo murió para salvar a los pecadores. La Biblia dice que “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). La persona a quien se le ofrece un regalo debe recibirlo, aceptarlo.

Aunque parezca increíble, han quedado registrados en la historia los casos de personas condenadas a muerte que han rechazado la oferta de perdón. ¿Acaso no parece casi increíble que un hombre ignore a propósito a un mensajero con una declaración de perdón escrita por el presidente o el rey? Pero ha ocurrido — y el preso ha sido ejecutado por negarse a aceptar el don de la vida.

Aunque parezca increíble, aún hoy muchos hombres y mujeres rechazan la oferta de vida que Dios da. Todos debemos recibir a Jesucristo como Salvador, aceptar el don — el Hijo unigénito de Dios. Gracias a Dios que a “los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).

Paso 4: Confiese su pecado y apártese de él — 1 Juan 1:9

El pecado es como una gran carga, como la describió Peregrino en la historia narrada al principio de esta lección. Su encubrimiento no nos ayuda a liberarnos de él. Debemos confesarlo — reconocer que hemos pecado — y apartarnos de él. En ocasiones también usamos la palabra arrepentimiento — que significa un cambio radical, una vuelta completa, dejar de servirnos a nosotros mismos, al mundo, al diablo, para servir al Señor.

¿Qué pensaría usted del preso condenado por asesinato que acepta el perdón extendido por el presidente, pero dice que al quedar libre matará a una persona por venganza? Indudablemente que se le cancelaría su perdón al instante. Si usted fuera ese hombre condenado y perdonado, la demostración de su gratitud le ayudaría a volverse o apartarse de sus malos caminos — ¡en particular si su liberación se debiera a la muerte de alguien más! La liberación nuestra la obtuvimos a través de la muerte de Jesucristo, y, es tan completo su perdón que la Biblia dice que “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Paso 5: Confiese y crea que Jesús es Salvador y Señor Romanos 10:9-10

Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:9-10).

Si la salvación consistiera sólo en despojarnos de nuestro pasado, no tendríamos dirección en la vida. Pero si confesamos y creemos, por la fe aceptamos a Jesús como nuestro Salvador y lo reclamamos como Señor de nuestra vida. Cristo dijo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32). No nos avergonzamos de pertenecer a la familia de Dios. Darle a Jesús el lugar que le pertenece en nuestra vida, significa también que podemos confiar plenamente en su gracia salvadora y su poder para guardarnos.

El siguiente incidente de la vida real nos sirve como ilustración útil: Cierto campesino caminaba por una carretera de la montaña con una pesada carga de leña sobre sus hombros hace muchos años. De pronto se detuvo un camión cargado de madera. El conductor le ofreció llevarlo gratuitamente. Puesto que nunca antes se había subido a un vehículo motorizado, tenía miedo. Sin embargo, el conductor lo convenció de que no correría ningún peligro y le ayudó a subir. Después de viajar unos cuantos kilómetros por la carretera llena de hoyos y curvas, el conductor oyó fuertes golpes en el techo de la cabina. Su pasajero le gritaba frenéticamente que se detuviera. “¡Tong be-tiâu! (¡Ya no soporto!)” le gritaba.

Entonces el conductor descubrió que el hombre aún llevaba la carga sobre sus hombros y que los brincos del camino la hacían aún más pesada. ¡No entendía que el camión podía llevarlo a él y la carga también!

¡Quizá usted sonría ante esta historia y piense cuán cándido era ese hombre! Pero alguien puede estar haciendo lo mismo respecto al paso de depositar su fe en el Señor Jesucristo. San Judas terminó su carta a los creyentes con palabras de alabanza “a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Judas 24) ¡Jesucristo es Señor!

COMPARTA SU TESTIMONIO

Hasta ahora hemos estudiado principalmente cómo presentar la salvación a través de los pasos dados en la Palabra de Dios. Este estudio es de suma importancia, pues leemos que Jesús y los apóstoles declararon la verdad de las Escrituras. Sin embargo, Jesús incluyó historias e incidentes de interés imperecedero.

Usted conoce una historia que puede contar con exactitud y seguridad como nadie más puede hacerlo — la historia de su propia conversión. Con su testimonio personal comparte usted lo que Cristo ha hecho en su vida, y al darlo puede asegurarle al oyente que el Señor hará lo mismo por él. También le ayudará a comprender que no se siente superior a él — porque usted, también, tuvo necesidad de ser salvo por la fe en Jesucristo y aún necesita su fuerza y ayuda cada día de su vida.

Breves testimonios de sus experiencias espirituales con el Señor le confirmarán lo que dice la Palabra de Dios. “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo”, declararon San Pedro y los otros apóstoles (Hechos 5:32).

El testimonio triple — lo que dice la Palabra de Dios acerca de la salvación, lo que confirma el Espíritu Santo, y lo que usted comparte en su testimonio personal — fortalecerá su obra de compartir las Buenas Nuevas.

El siguiente testimonio de evangelismo personal quizá le pueda ayudar:

Ester, una tímida jovencita adolescente, estaba por emprender un viaje por tren, sola, por primera vez, por lo que se sentía muy nerviosa. Su padre le ayudó a buscar su compartimiento y a colocar su maleta en el alto guardaequipaje. Al arrancar el tren, su padre se despidió agitando las manos en el aire desde el andén de la estación.

Muy insegura de sí misma, Ester tomó su asiento y observó que su compañera, una joven poco mayor que ella, parecía tener mayor experiencia. Ester deseaba descansar y leer su libro, pero se sentía culpable porque tenía ante sí la oportunidad de testificar del Señor y de compartir su experiencia de salvación. Pero temía que la chica se burlara de ella, y no sabía cómo comenzar.

Entonces la joven compañera inició la conversación. “¿Quién era el hombre que se despidió de ti en la estación? ¿Era tu padre?”

“¡Si! contesto Ester. No sabía qué más decir, por lo que oró desesperadamente al Señor para que le ayudara.

Sin embargo, su compañera habló de nuevo: Debe ser muy hermoso tener padre.”

“¡Oh, sí!” dijo Ester, aún con timidez y con un nudo en la garganta.

“Ojalá yo tuviera un padre que se preocupara por mi”, continuó la jovencita.

¡Esa era su oportunidad! Al comprender que Dios se la había presentado, se armó de valor y dijo: “¡Pero si lo tienes!”

“No, mí padre murió hace mucho”, dijo la jovencita, que se llamaba Hettie.

“¡Lo siento!” dijo Ester. Después de una breve pausa, continuó: “¡Pero sí tienes un padre! ¡Hay un Padre celestial que te ama y se interesa por ti mucho más que cualquier padre terrenal!”

Al sentir el interés de su compañera, Ester continuó explicándole que Dios nos ama tanto que envió a su Hijo a morir por nosotros y que, al aceptar su sacrificio por nosotros, podemos nacer en la familia de Dios. “Lo único que necesitas hacer es creer en El y recibirle como tu Salvador. ¿Te gustaría hacerlo?” le preguntó .

“¡Oh, sí, me gustaría mucho! Quiero que Dios sea mi padre para ir al cielo. Pero aún no comprendo qué debo hacer. No me siento segura de ello.”

Ester se preguntaba qué más debía decirle. Entonces el Espíritu Santo le recordó algo. “Hettie”, dijo ella, “para abordar el tren tuve que comprar un boleto. Yo no lo pagué, sino mi padre. Yo sólo lo recibí. Jesús es como este boleto. Lo único que necesitas hacer es recibirlo, aceptarlo como tu boleto para el cielo, provisto para ti por tu Padre celestial. Oremos juntas para que lo recibas en este mismo momento.”

Olvidándose de su timidez, Ester dirigió a Hettie en oración para que pidiera su salvación, luego la impulsó a que orara ella sola, a que le hablara a Dios como hablaría con su padre. Durante el resto del viaje conversaron sobre la salvación y lo que significa formar parte de la familia de Dios.

Las jovencitas intercambiaron direcciones antes de que Hettie bajara del tren en su pueblo, a fin de que pudieran seguir en contacto y Ester le pudiera enviar palabras de aliento y nuevas enseñanzas. ¡Ester continuó su viaje llena de gozo!

VENZA LAS DIFICULTADES

Al compartir las Buenas Nuevas con alguien, trate de estar consciente de lo difícil que le resulta aceptar el mensaje de salvación. Aprenda bien sus puntos de vista respecto a los temas bajo discusión, y tome tiempo para escucharle. Quizá tenga serias objeciones, falsas excusas, o preguntas profundas. Hasta quizá quiera discutir, pero, por supuesto, usted no debe hacerlo. En lugar de ello, trate de comprenderle. Entonces, como le sea posible de acuerdo con su conocimiento bíblico y sus experiencias personales, conteste las preguntas que surgieron. Siempre busque la forma de volver la conversación a los cinco pasos de la salvación o a una presentación similar del plan básico de salvación.

El apéndice, al final del libro, le provee ayuda adicional sobre algunas dificultades específicas. Armado con la autoridad de la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo, puede usted vencer estas y otras dificultades que surgen al compartir las Buenas Nuevas.

La siguiente es una ilustración extraordinaria de cómo se pueden vencer las dificultades. El Dr. Maynard Ketcham cuenta que perdió una discusión, pero que ganó a ocho personas durante su ministerio inicial en la India.

En cierta ocasión él y un colega indio, Abdul, confrontaron a una mujer poseída por los demonios. Oraron fervientemente y en el nombre de Jesús le echaron fuera los demonios. ¡Fue liberada por el poder de Dios! El Señor confirmó después el ministerio de estos dos siervos con milagros adicionales de sanidad, y las personas se convirtieron.

Sin embargo, comenzó a surgir la oposición. Los líderes religiosos paganos del área organizaron un debate público e invitaron a un experto, diestro en la discusión, para que desafiara a Abdul y al Dr. Ketcham. La gente del pueblo se congregó para presenciar la confrontación. El líder pagano hizo todo lo posible por desacreditar a Jesucristo y las Escrituras. A cada momento profería blasfemia tras blasfemia.

Entonces le tocó su turno de hablar a Abdul. Se dispuso a hacer resaltar las falacias de la religión de su oponente y a defender la Biblia. Pero el misionero lo contuvo y le susurró al oído: “No discuta. De nada servirá, pues esta gente tiene su mente cerrada. Sencillamente dé su testimonio de lo que Jesús significa para usted.”

Abdul compartió su testimonio con la multitud: “Yo, hijo de sacerdote, crecí entre ustedes . . . orgulloso, opuesto al cristianismo . . . odiaba el nombre de Jesús. Pero en cierto día El vino y me transformó. Ahora, en lugar de odio, el amor de Cristo llena mi corazón. Ustedes también pueden disfrutar de su amor y paz.”

El Dr. Maynard Ketcham también dio su testimonio de la forma en que Dios lo había enviado desde América a la India a compartir las Buenas Nuevas de Cristo. “Abdul y yo somos hermanos en Cristo . . . nuestros pecados han sido perdonados . . . Sí ustedes confiesan sus pecados y reciben a Cristo como Salvador y Señor, también serán perdonados . . . y todos podremos ser hermanos . . .” Entonces, cabizbajos, los dos abandonaron la reunión.

La multitud les gritó y se burló de ellos. “¡Perdieron la discusión! ¡No pueden contra él!”

Esa tarde Abdul y el Dr. Ketcham se sintieron descorazonados a la hora de la cena. Habían perdido. Entonces oraron. ¿Acaso el Señor les daría la victoria a pesar de todo?

Como a la medianoche llegó una persona a visitarlos. “Soy yo . . . necesito hablar con ustedes. ¡Mí corazón está ardiendo! ¡Debo hallar paz o no podré ni siquiera pasar la noche!”

¡Era Mukhtar, con quien habían discutido en público! El Espíritu Santo había ejercido sobre él tanta convicción que le fue necesario ir a visitarlos. Los dos hombres le explicaron alegremente el camino de salvación en Jesús. Su corazón estaba dispuesto para el mensaje; recibió a Cristo como Salvador y se convirtió gloriosamente. Uno por uno, otros siete hombres, también llenos de convicción por el Espíritu Santo, se escurrieron por entre las sombras de la noche hasta el tronco de cocotero donde estaban sentados. También ellos oyeron el mensaje y confiaron en Jesús como su Salvador.

Después, en el lugar exacto del debate, los creyentes construyeron un templo Pentecostal. Mukhtar, quien anteriormente se ufanaba de saber cómo discutir y debatir, después de su entrenamiento apropiado llegó a ser el pastor de la iglesia. Sí, por resistir la tentación de discutir o debatir, Abdul y el Dr. Ketcham habían perdido una discusión, ¡pero habían ganado una gloriosa victoria espiritual!

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