Desarrollando nuestra personalidad

¿Recuerda que en la lección anterior aprendió que el propósito de Dios es restaurar su imagen en nosotros? ¡Qué propósito maravilloso! Y esta restauración ocurre a medida que nuestra personalidad es desarrollada.

De todo lo que Dios nos ha confiado, nuestra personalidad es la más valiosa. Esta es la que nos hace personas, haciendo que seamos diferentes a los animales. También es la que nos permite ser la corona de la creación, la obra maestra de Dios.

Entonces, como mayordomos de Dios tenemos la ineludible y gran responsabilidad de administrar fielmente lo que El nos ha dado. Nuestra responsabilidad, en relación con nuestra personalidad, es conservarla y desarrollarla hasta que lleguemos a ser semejantes a Cristo.

Nuestra personalidad está compuesta de tres partes principales: El intelecto, la voluntad y las emociones. Esta lección ha sido preparada para ayudarle a desarrollar cada una de éstas. Encontrará valiosas sugerencias relacionadas con las maneras en que puede desarrollar su intelecto, fortalecer su voluntad y utilizar sus emociones para la gloria de Dios.

NUESTRO INTELECTO

El intelecto, o la mente, nos permite pensar, comprender, recordar o imaginar. El uso impropio que el hombre le ha dado a éste, es una de las causas principales de las enfermedades y males del mundo. Pero si es propiamente usado, el intelecto humano puede ser una gran bendición para la humanidad. Por eso es que necesitamos ejercer su uso en formas que agraden a Dios hasta alcanzar su total desarrollo (1 Corintios 13:12; Colosenses 3:10).

Piense en aquello que es bueno

Objetivo 1.     Identificar diversos métodos que puedan ayudar a nuestras mentes a pensar en aquello que es bueno.

Una de las maneras de ejercitar nuestro intelecto es pensando. Por cierto, pensar es la actividad principal de nuestro intelecto. Nuestros pensamientos determinan nuestro carácter “porque cual es su pensamiento en su corazón” (Proverbios 23:7), tal es el hombre. Por eso es que Dios desea que pensemos acerca de aquello que es bueno y le complace (Filipenses 4:8; Salmo 19:14). ¿Pero cómo puede hacerse esto? Hay dos cosas que usted debe hacer.

1. Usted necesita alimentar su mente. Nuestra mente puede funcionar bien, es decir, pensar en buenas cosas, si la alimentamos con buenos pensamientos. Los malos pensamientos son a la mente lo que el veneno es al estómago.

La Biblia es la mejor comida para nuestra mente (Mateo 4:4). Los pensamientos de la Biblia son los pensamientos de Dios. Por lo tanto si usted la lee o la escucha, estará permitiendo que su mente sea llenada con los mejores pensamientos (Isaías 55:8-9). Y, por lo tanto, su mente también será capaz de meditar en la Palabra de Dios, es decir, pensar acerca de ella (Salmo 1:2; 119:97, 99).

El Espíritu Santo es otro recurso de buen alimento para nuestra mente. Si usted le presta atención, especialmente cuando ora, El le enseñará preciosas verdades (1 Corintios 12:8; 1 Juan 2:27).

También podemos alimentar nuestra mente por medio de la buena lectura. Pablo les dijo a los filipenses que pensaran en “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre” (Filipenses 4:8). Los libros cristianos, además de la Biblia, pueden proporcionarle excelentes ideas acerca de las cuales pensar.

Si usted asiste frecuentemente a las reuniones de su iglesia, los mensajes predicados enriquecerán su mente para la meditación provechosa (Santiago 1:21).

Y por último, la conversación saludable puede también ser un recurso de buenos pensamientos. Es por eso que usted necesita mantenerse alejado de quienes le sugieren malos pensamientos (Salmo 1:1; 2 Timoteo 2:16); y, por el contrario, buscar conversaciones que sean edificantes (Efesios 4:29).

2. Usted necesita disciplinar su mente. Usted recibió una nueva mente cuando aceptó a Jesús como su Salvador. Usted, ahora, la alimenta con buenos pensamientos. No obstante, ha descubierto que a veces le ha sido muy difícil pensar acerca de lo que es bueno. No se sorprenda ni se desanime por eso. Todos los creyentes tienen esta experiencia. Algunas veces, estos pensamientos provienen de nuestros deseos humanos; pero quizá no sean completamente suyos. Pueden provenir de Satanás, quien trata de provocarlos en su mente. Así hizo con la primera mujer (Génesis 3:1-3) y con Jesús (Lucas 4:3-9). La mujer fracasó; pero Jesús venció. Y debido a que usted posee la mente de Cristo (1 Corintios 2:16), también puede triunfar.

He aquí algunas sugerencias que podrían serle de ayuda cuando confronte un mal pensamiento:

a. No lo acepte. Alguien ha dicho: “No puedo evitar que los pájaros vuelen sobre mi cabeza, pero puedo evitar que construyan un nido encima de ella.”

b. Ore a Dios y pídale que le ayude a derrotar el mal pensamiento.

c. Piense inmediatamente en algo bueno (Filipenses 4:8).

d. Cite versículos de la Biblia. Así lo hizo Jesús (Mateo 4:3-11).

e. Entone un himno o coro que le proporcione buenos pensamientos.

Estudie Cosas útiles

Objetivo 2.     Escoger declaraciones que demuestren el valor que tiene el estudio para el creyente.

Utilizamos una parte importante de nuestra vida en el estudio. Cuando éramos niños pudo haber momentos en que no nos gustaba.

Pero ahora comprendemos cuán importante fue que lo hiciéramos. Por eso, algunos creyentes que dejaron de estudiar en su niñez continúan haciéndolo en el presente. Otros que nunca fueron a la escuela están aprendiendo a leer concurriendo a escuelas nocturnas.

Es posible que hasta ahora usted no haya hecho nada para la obra del Señor porque cree que no posee la preparación necesaria. Esta es su oportunidad; puede comenzar estudiando la Biblia (Hechos 17:11) junto con otros libros cristianos que le ayuden a conocer mejor las Escrituras, a ser un creyente más maduro y a servir eficientemente en el ministerio (2 Timoteo 2:15). El hecho que esté estudiando este curso demuestra que ya está haciendo esto. ¿Por qué no estudiar otros temas que son buenos y que le ayudarán a hacer la tarea en la cual participa?

Frecuentemente, los inconversos piensan que los creyentes son ignorantes e incultos. Muchas veces tienen razón para pensar así porque algunos creyentes no se esfuerzan en educarse a sí mismos. Es verdad que Jesucristo vino a los que no tenían educación (Mateo 11:25-26); ¡pero El vino a enseñarles para que pudieran salir de la ignorancia! ¿Por qué, entonces, no nos prepararemos para cada clase de tarea en la cual podemos ser útiles al Señor y honrarle de esa manera? Un dueño tan sabio como Dios necesita mayordomos que estén preparados.

Estudiar, por supuesto, requiere más esfuerzo mental que sólo pensar. ¡Pero qué buena inversión es! Al final de sus estudios sus poderes mentales estarán más desarrollados y conocerá más cosas. Y si cree que no posee habilidad mental suficiente como para estudiar, pídale a Dios que le ayude. El seguramente lo hará (Santiago 1:5). Y mientras estudia la Biblia, El le ayudará a comprenderla (Efesios 1:18, 1 Juan 5:20).

Ore con su mente

Objetivo 3.     Escoger descripciones que indiquen cómo deberíamos usar nuestras mentes cuando oramos.

Uno debería asumir que cada vez que habla usa su mente para pensar en lo que dice. Quizá algunas veces no lo hemos hecho y luego lo hemos lamentado. Lo cierto es que cuando oramos a Dios, estamos hablando con El. Al respecto, el apóstol Pablo dijo: “Oraré . . . con el entendimiento” (1 Corintios 14:15).

Sin embargo, pareciera que muchas personas, al orar, utilizan largas frases innecesarias, incluyendo palabras insignificantes o repetidas, y no usan suficiente criterio en lo que le dicen a Dios. Jesús condenó esta práctica (Mateo 6:7). Si pensamos cuidadosamente en lo que deseamos decir cuando hablamos ante alguien que tiene autoridad, ¡cuánto más deberíamos hacerlo cuando hablamos ante Aquél que es dueño del universo!

La Biblia contiene varias oraciones. Estas pueden proporcionarle sugerencias acerca de cómo arreglar sus ideas cuando le ora a Dios. Tiene, por ejemplo, las oraciones de Abraham (Génesis 18:23-32), Moisés (Exodo 32:11-13), Ana (1 Samuel 1:11). También tiene los Salmos, las oraciones de Elías (1 Reyes 18:36-37), Esdras (Esdras 9:6-15), los levitas (Nehemías 9:5-37), Daniel (Daniel 9: 4-19), Habacuc (Habacuc 3:1-19). En el Nuevo Testamento se encuentran la oración que Jesús enseñó (Mateo 6:9-13), la oración de los discípulos (Hechos 4:24-30) y muchas alabanzas en el libro del Apocalipsis.

Comparta su conocimiento

Objetivo 4.     Nombrar una habilidad o conocimiento que usted podría compartir con otros.

Nuestras mentes pueden honrar a Dios y ser de bendición a otros si compartimos lo que sabemos. Hay varias maneras de hacerlo. Una es testificando acerca de lo que Cristo ha hecho en su vida (Hechos 23:11), o predicando (Hechos 8:4) y enseñando la Palabra de Dios (1 Timoteo 4:6). Usted también podría enseñar a leer a quienes no saben hacerlo o compartir con otros algo especial que usted conoce. ¿Sabe como tocar un instrumento musical? Enséñeles a otros en su iglesia. ¿Sabe cómo coser, tejer o bordar? Trabaje en conjunto con el grupo de mujeres de su iglesia y dé algunas clases.

Sea prudente

Objetivo 5.     Lograr una descripción de la actitud del creyente hacia sus habilidades mentales.

Alguien dijo en cierta ocasión que a lo que le llamamos sentido común no pareciera ser tan común. Y la palabra de Dios lo confirma. De hecho, el apóstol Pablo le tuvo que decir a los corintios: “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar . . . pero maduros en el modo de pensar” (1 Corintios 14:20).

Se cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial una bomba cayó en el patio de un manicomio. Afortunadamente no causó muchos daños en el edificio, pero provocó pánico entre los internados. Uno de ellos comentó: “¿Qué está sucediendo? ¡Pareciera que el mundo se ha vuelto loco!” ¡Cuánta sabiduría contenía ese comentario! De hecho, hay muchas cosas en el mundo que no tienen sentido porque los hombres no están usando sus mentes en la forma que Dios quiere que lo hagan.

Pero nosotros, como mayordomos de Dios, tenemos la responsabilidad de crecer mentalmente. Esto significa que deberíamos desarrollar nuestra capacidad intelectual hasta alcanzar la madurez (Hebreos 5:11-14).

NUESTRA VOLUNTAD

Objetivo 6.     Escoger ejemplos y descripciones de cuatro maneras de usar nuestra voluntad como mayordomos de Dios.

Nuestra voluntad es parte de nuestra personalidad. Reconocemos que, como mayordomos de Dios, El es el dueño de nuestra voluntad. Debido a eso, tenemos la responsabilidad de usarla conforme a sus deseos. ¿Pero cómo podemos hacerlo? A continuación algunas instrucciones que pueden serle muy útiles.

Obedezca a Dios

Obedecer a Dios significa someter nuestra voluntad a su voluntad. Esta es la manera de demostrar que reconocemos que únicamente somos mayordomos de nuestra voluntad. Es lo mejor que podemos hacer para agradar a Dios (1 Samuel 15:22).

La voluntad necesita la ayuda de la mente para obedecer a Dios. Si la mente no sabe lo que Dios desea, la voluntad no le obedecerá. Nuestra mente necesita estar saturada con la Palabra de Dios. Entonces podrá instruir a nuestra voluntad para que obedezca a Dios.

Pareciera que fuera imposible para algunos creyentes obedecer a Dios en ciertas situaciones. Pero estos creyentes deberían comprender que ellos están “en Cristo” (2 Corintios 5:17). Dios nos ha hecho de nuevo y, por eso, estamos equipados para obedecerle.

La obediencia a Dios ayuda a que nuestra voluntad sea fortalecida. A menudo, las personas que no obedecen a Dios terminan haciendo lo que otros dicen. Ellos no quieren obedecerles pero temen sus amenazas o el ridículo. Note, sin embargo, cómo los apóstoles resistieron exitosamente las amenazas de sus enemigos (Hechos 4:18-20; 5:28-29). Miles de creyentes, a través de los siglos, tuvieron experiencias similares. ¡Pero los enemigos de Dios saben que las voluntades más fuertes pertenecen a los creyentes obedientes!

Nuestra voluntad no puede obedecer a Dios por sí misma. Necesita aprender a obedecer; ¡y Dios nos ha dejado la responsabilidad, hablando figuradamente, de mandarla a la escuela! Este es un proceso que dura toda nuestra vida. Quizá muchas veces deberemos decir: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Pero a medida que aprendemos podemos contar con la ayuda del Espíritu Santo, hasta que podamos decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado” (Salmo 40:8).

Evite toda clase de mal

Usted puede descubrir que a veces tiene un conflicto interno. Su mente sabe qué es bueno (Romanos 7:23); pero su voluntad es demasiado débil como para obedecer las instrucciones de su mente (Romanos 7:15, 19). ¿Debe este conflicto continuar durante toda su vida? Al rendir cuentas a Dios ¿será una historia donde los fracasos predominen sobre las victorias? ¡Gracias a Dios no es así! El no es la clase de dueño que abandona a su administrador y lo deja a merced de sus propios deseos.

El apóstol Pablo, la misma persona que nos habla acerca de fracasos en Romanos 7, nos muestra el camino de la victoria en Romanos 8. El Espíritu Santo acude a nuestra ayuda, débiles como somos (Romanos 8:26). El poder de Dios es más fuerte cuando somos débiles (2 Corintios 12:9). Con esta confianza, podemos llegar a ser uno de aquellos que “sacaron fuerzas de debilidad” (Hebreos 11:34). No hay que maravillarse entonces de que Pablo dijera: “Absteneos de toda especie de mal” (1 Tesalonicenses 5:22). Esto es lo que Dios desea de nosotros, y en medio de la prueba El pone a la disposición la fortaleza que la sobrelleva y también nos provee una salida (1 Corintios 10:13). Pero nosotros debemos ejercitar nuestra voluntad para recibir su ayuda.

Escoja aquello que es correcto

Cuando Dios le dio al ser humano el poder de escoger, le confió algo muy delicado y sensitivo. Fue como darle un arma de alta potencia, porque la voluntad del ser humano es libre. Por medio de su voluntad, ¡el administrador aun puede rebelarse contra el dueño! (Juan 5:40). ¡Qué grande es la responsabilidad que tenemos, entonces, de administrar nuestra voluntad de la manera en que Dios desea que lo hagamos!

Escoger implica tomar una decisión. Usted decidió aceptar a Cristo en lugar de rechazarle. Usted decidió levantarse esta mañana en lugar de quedarse en cama; de leer este libro en lugar de otro. Dios apela a este poder de escoger cuando dice: “Si quisiereis y oyereis . . . si no quisiereis y fuereis rebeldes . . .” (Isaías 1:19, 20).

Somos el resultado de nuestras decisiones buenas y malas. Por supuesto, Dios desea que siempre escojamos aquello que es correcto (Deuteronomio 30:19). Una voluntad bien administrada produce buenas decisiones, mientras que si es dirigida incorrectamente puede resultar en malas decisiones. ¡Usted juzga a un administrador por la clase de decisiones que hace! Por ejemplo, Daniel hizo una buena decisión (Daniel 1:8); pero la que hizo Saúl fue equivocada (1 Samuel 15:9-11).

¿Cómo puede una persona hacer buenas decisiones? Si usted se encontrara frente a una situación en la que no puede decidir qué hacer, le sugerimos lo siguiente:

1. Averigüe qué dice la Biblia acerca de su situación.

2. Ore a Dios y pídale su dirección.

3. Pídale consejo a su pastor o a un creyente maduro.

4. Piense en una situación similar experimentada en el pasado y analice la decisión que tomó en esa ocasión. Si no fue correcta, ¿por qué cometer el mismo error otra vez?

5. Considere las decisiones que han hecho otras personas frente a circunstancias iguales o similares. Analice el resultado de sus decisiones.

Haga el bien

Hay muchas personas en este mundo que tienen buenas intenciones; sin embargo, nunca transforman esas buenas intenciones en acciones. Dios desea que usemos nuestra voluntad no sólo para producir buenos deseos sino, por sobre todo, para que produzcamos buenas obras (Santiago 1:22; Mateo 5:16). Pablo dijo: “Hagamos bien a todos” (Gálatas 6:10).

¡Qué agradecidos deberíamos sentirnos hacia los fieles administradores que usaron su gran voluntad para promover y hacer buenas cosas! Gracias a ellos, éste es un mundo mejor. En nuestros días, la existencia de muchas instituciones que benefician la sociedad y hacen el bien parecerían ser algo natural. Sin embargo, éstas se han levantado gracias a hombres y mujeres cristianos que pusieron sus voluntades al servicio de Dios y de la humanidad.

NUESTRAS EMOCIONES

Objetivo 7.     Identificar declaraciones que expresen cómo nuestras emociones se relacionan con la vida cristiana.

Las emociones o sentimientos son otra parte muy importante de la personalidad humana. Dios le dio al ser humano una naturaleza emotiva; sin embargo, éste ha administrado muy mal sus emociones. Como resultado, ellas no han sido controladas y han estado mal dirigidas. La ira se transformó en odio; el amor y la alegría están relacionados con lo que es malo y no con aquello que es bueno. Jesucristo vino a poner nuestras emociones bajo control y a encauzarlas correctamente. Por lo tanto, como mayordomos de Dios, tenemos la responsabilidad de vigilar de tal manera que nuestras emociones sean mantenidas y desarrolladas como El lo desea.

Adore a Dios

Una de las maneras de utilizar nuestras emociones como Dios quiere, es adorándole. Expresamos nuestro amor a El porque le agrada que así lo hagamos (Mateo 22:37). También le amamos a El porque El nos amó primero (1 Juan 4:19). ¡No podemos permanecer indiferentes cuando sentimos su maravillosa presencia y meditamos en la multitud de sus bendiciones. La alegría que ha inundado nuestros corazones nos impulsa a irrumpir en alabanzas a Dios (Lucas 19:37; Hechos 8:7-8).

Algunas personas creen que las emociones están fuera de lugar en las reuniones de adoración. Pero es posible que esas mismas personas lloren ante la muerte de un ser querido, se rían estruendosamente en una fiesta, y no tengan el menor inconveniente en demostrar entusiasmo en un evento deportivo. ¡Cuánto más, Dios merece que le expresemos los sentimientos de nuestro corazón! La respuesta de Jesús a quienes quisieron reprimir el entusiasmo de la multitud, de quienes le alababan a grandes voces, es digna de consideración: “Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40).

El libro de Apocalipsis nos muestra cómo las emociones de los redimidos alcanzarán su clímax en la adoración a Dios. Su entusiasmo será incontenible (Apocalipsis 7:9-10; 14:2-3); su alegría, indescriptible (Apocalipsis 19:6-7). Por lo tanto, usemos nuestras emociones confiadamente para la gloria de Dios.

Crezca espiritualmente

Las emociones cumplen una función muy importante en nuestro crecimiento espiritual. Esto lo observaremos al considerar dos aspectos de este crecimiento.

El fruto del Espíritu

Como en el caso de Adán, Dios nos ha dado la responsabilidad de cuidar un hermoso jardín. Es el jardín de nuestro ser emocional. Tenemos la responsabilidad de desarraigar las “malezas”: amargura, pasiones, enojo y otros sentimientos odiosos (Efesios 4:31; Colosenses 3:8). Pero el Espíritu Santo, quien habita en nosotros, es quien cultiva el jardín para que produzca hermosa “fruta” (Gálatas 5:22-23).

Pero usted podría preguntar: ¿Es posible que nuestro crecimiento espiritual sea principalmente un asunto de crecimiento emocional? Aunque cueste creerlo, así es. El amor no es un pensamiento o deseo. Es una emoción. ¡Y es la mayor de todas! Note también que las partes restantes del fruto del Espíritu mencionadas en Gálatas 5:22-23 son también emociones. Todas ellas están relacionadas, de acuerdo con 1 Corintios 13:4-7, al amor.

Cuando el amor alcanza su plenitud es cuando podemos amar a Dios con todo nuestro corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10:27). El amor por nuestro prójimo es expresado al amar a nuestros hermanos y hermanas en el Señor (1 Juan 3:14), a los desconocidos (Lucas 10:30-35), y aun a nuestros enemigos (Mateo 5:44).

La actitud de Cristo

Habremos llegado a la cumbre de nuestro desarrollo emocional cuando tengamos la misma “actitud” que Cristo tuvo (Filipenses 2:5). Jesucristo sintió gran compasión por los perdidos, los enfermos y los hambrientos (Mateo 9:36; 14:14; 15:32). ¡Qué conmovedor fue su lamento sobre Jerusalén! (Lucas 19:41-44). ¡Qué grande fue el amor con que nos amó que dio su vida por nosotros! (Apocalipsis 1:5). Esta actitud fue la causa que ha impulsado a millones de creyentes a predicar el evangelio.

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