El Creyente como Mayordomo de Dios

¿Ya ha estudiado la lección 1? ¡Felicitaciones! Ahora comprende que Dios es su amo y el dueño de todo lo que usted posee, ¿verdad? Pero, ¡más que eso!, seguramente ya ha reconocido a Dios como el soberano Señor de su vida.

En esta lección, por lo tanto, usted estudiará la función que le corresponde desempeñar como mayordomo de las cosas que son de Dios. Pero, ¿cómo puede llevar a cabo su función? En primer lugar, estudiará el ejemplo que nos proporciona la vida de Jesús lo cual le ayudará a comprender su función. Luego descubrirá qué requisitos necesita satisfacer y las responsabilidades que tiene como mayordomo de Dios.

A medida que continúa en el estudio de esta lección, usted descubrirá que la mayordomía implica toda la vida cristiana y no sólo una parte. Y, si usted practica las verdades que aprenda, un día escuchará estas maravillosas palabras: “Bien, buen siervo y fiel.”

QUE SIGNIFICA SER UN MAYORDOMO

Objetivo 1.     Distinguir entre las funciones del mayordomo y el dueño.

Conceptos generales

La palabra mayordomo tiene actualmente varios significados. Sin embargo, de una u otra forma, todos se relacionan con la persona que tiene la tarea específica de administrar. En efecto, una persona puede ser mayordomo de una mansión, una granja, un automóvil o camión, o de una firma comercial. El mayordomo no es el dueño, sino alguien empleado por el dueño para que administre solamente una parte o todos sus bienes.

Pero en la Biblia la palabra mayordomo se aplica usualmente al esclavo que administra la propiedad de su amo (Génesis 44:1; Mateo 20:8; Lucas 16:1). El mayordomo tiene la confianza total de su amo y ha recibido esa posición porque ha demostrado su integridad (Génesis 15:2-3; 39:4). El oficial que administraba la propiedad de un rey también era llamado mayordomo (1 Reyes 16:9; 1 Crónicas 28:1; Lucas 8:3). En este caso, el mayordomo no era un esclavo sino un subordinado que merecía la confianza del rey.

Podremos entender más claramente el concepto de mayordomo si lo comparamos con el concepto de dueño, dado que existen marcadas diferencias entre ambos.

El concepto cristiano específico

Objetivo 2.     Identificar oraciones que expresen lo que la Biblia dice acerca de la función del creyente como mayordomo.

Nuestro estudio trata con la mayordomía cristiana. Por eso es más importante que entendamos qué significa para un creyente ser un mayordomo. ¡No es suficiente poseer un conocimiento general de la mayordomía! Desde el punto de vista cristiano, cada persona, pero especialmente el creyente, es un mayordomo de la propiedad de Dios. Nuestro propósito fundamental en la tierra, y porque Dios es el dueño de todo lo que existe, es administrar los bienes que El nos ha confiado de acuerdo con sus deseos.

Probablemente, si usted posee muy pocos bienes materiales, se pregunte: ¿Dónde están los bienes que tengo que administrar? Yo le respondería que esos bienes, todos, los ha recibido de Dios. De acuerdo con las palabras de Jesús, el alma que usted posee vale más que todo el mundo (Mateo 16:26). Dios nos ha dado nuestros cuerpos físicos, el tiempo, las capacidades y el evangelio como bienes para que también los administremos de acuerdo a su voluntad.

No sólo somos propiedad de Dios pero, también, sus mayordomos. Por supuesto, la idea de que el ser humano es el mayordomo de Dios no es nueva dado que la encontramos en el Antiguo Testamento. Sin embargo, al estudiar el Nuevo Testamento, comprendemos que Jesús fue quien le dio a esta idea su significado más completo. De esta manera, notamos dos aspectos principales del desarrollo de esta idea.

En el Antiguo Testamento

La doctrina de la mayordomía del ser humano, como muchas otras doctrinas, no queda totalmente revelada en el Antiguo Testamento. Sin embargo, encontramos allí indicaciones que nos muestran que el ser humano era mayordomo de Dios.

1. Dios puso al ser humano a cargo del jardín del Edén. El puso al ser humano allí para que lo cuidara y guardara (Génesis 2:15). Dios le dio al ser humano instrucciones específicas acerca de cómo debería actuar allí (Génesis 2:16-17). Cuando el hombre fracasó en su responsabilidad, éste tuvo que dar un informe de sus hechos a Dios (Génesis 3:11-12). El ser humano fue expulsado del Edén (Génesis 3:23-24).

2. Desde la antigüedad, el ser humano supo que no podría vivir según quisiera. La evidencia la encontramos en el hecho que en ciertas ocasiones específicas el ser humano tuvo que presentarse ante Dios. Jamás podía hacerlo con las manos vacías (Deuteronomio 16:16) El hecho que Caín y Abel acudieran a Dios con ofrendas demuestra que los primeros moradores de la tierra así lo entendieron (Génesis 4:3,4).

3. Caín comprendió que no tenía la libertad de hacer lo que quisiera con la vida de su hermano. Cuando mató a Abel, él tuvo que dar cuenta a Dios por su crimen (Génesis 4:9-10).

4. Cada israelita, y la nación como un todo, era mayordomo de la tierra que Dios le había dado (Deuteronomio 11:8-32; 30:19-20). Debido a que los israelitas no vivieron en esa tierra de acuerdo con las instrucciones de Dios, ellos fueron obligados a salir de ella.

En el Nuevo Testamento

En la parábola de los labradores malvados, Jesús enseñó muy claramente que Israel era un mayordomo (Mateo 21:33-43). En esta parábola, el dueño de la tierra representa a Dios; los labradores o mayordomos, representan a Israel; y la viña (el Reino) es la propiedad. Dios quitó su Reino de Israel debido a que éste no lo reconoció como su dueño. Pero en Mateo 25:14-30, Jesús enseñó también que cada ser humano es un mayordomo. De acuerdo con esta parábola, el ser humano no es dueño de su vida. El es mayordomo y, por lo tanto, responsable ante el dueño verdadero de la manera en que la administra.

Sin despreciar el hecho de que cada ser humano es mayordomo de Dios, los apóstoles hicieron hincapié en que cada creyente es mayordomo (1 Pedro 4:10). Cada uno de nosotros hemos recibido un don de Dios. Pero en contraste con los dones o regalos que recibimos de otras personas y que podemos usar a nuestro antojo, los dones son en realidad depósitos que debemos administrar de acuerdo con su voluntad.

JESUS, NUESTRO EJEMPLO DE LO QUE ES UN MAYORDOMO

Objetivo 3.     Identificar versículos de la Biblia que nos enseñan cómo Jesús nos da el ejemplo de un buen mayordomo.

Hasta aquí hemos considerado dos verdades importantes: 1) que Dios es el dueño de todas las cosas y 2) que el hombre es mayordomo de la propiedad de Dios. Ahora estamos interesados en descubrir cómo deberíamos cumplir con nuestra función de mayordomos. Lo que más necesitamos, a fin de saber esto, es un buen ejemplo para imitar. ¿Y qué mejor ejemplo que el del Señor Jesús? El es el mayordomo ideal.

Administrador de Dios

Jesucristo comprendió desde su niñez que su vida terrenal era una mayordomía. Lucas, el escritor del evangelio, narra que en cierta ocasión José y María perdieron a Jesús en un viaje que hicieron a Jerusalén. Luego de una búsqueda intensa, ellos lo encontraron en el templo. Allí estaba, apenas un niño, ¡participando en una conversación seria con los maestros religiosos! Cuando sus padres le inquirieron acerca de su conducta, El les respondió que debía estar en los asuntos de su Padre (Lucas 2:49). Dios, por cierto, había enviado a Jesús para que atendiera sus negocios; y el Señor quería dedicarse a esa tarea sin demoras porque, por supuesto, un buen mayordomo se ocupa de los intereses del dueño antes de preocuparse de sus propios negocios.

Siervo de Dios

Jesús, siendo el Señor, merecía ser servido. Pero El dijo que “no vino para ser servido”, sino “para servir” (Marcos 10:45). Dios lo presenta como “mi siervo” (Isaías 42:1) porque El tomó “forma de siervo” (Filipenses 2:7). El mayordomo era un sirviente y, como tal, debía hacer lo que su amo le ordenaba. Su función era servir. Y Jesús, como buen mayordomo, nunca hizo su propia voluntad sino la de su amo y el nuestro (Lucas 22:42).

Obrero de Dios

Un mayordomo no trabaja para sí, sino para su amo. En el mismo sentido, Jesucristo vino a cumplir con la tarea que Dios le había encomendado (Juan 5:36; 9:4). Al final de su ministerio, Jesús pudo decir con satisfacción: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). ¡Qué mayordomo!

LOS REQUISITOS DE UN MAYORDOMO

Objetivo 4.     Escoger afirmaciones que expresen la clase de persona que es un buen mayordomo.

El Nuevo Testamento proporciona tres requisitos que debe reunir un mayordomo de Dios. Estos son: fidelidad, integridad y sabiduría.

Fidelidad

El mayordomo es la persona que tiene la confianza del dueño; por lo tanto, se espera que sea fiel. El mayordomo fiel es aquél que cumple con todas sus responsabilidades y cuida los intereses de su amo. El mayordomo que es infiel, por el contrario, es aquél que piensa únicamente en su propio bienestar y descuida o abusa de la propiedad de su amo (Lucas 16:1). Ahora bien, cada uno de nosotros es un mayordomo de la propiedad de Dios, y El nos pide que seamos fieles (1 Corintios 4:1-2). Por ejemplo, si usted posee buena salud y una mente excelente, Dios desea que usted use estas cosas buenas para servirle y no simplemente para su beneficio personal.

Integridad

En Tito 1:7, leemos que aquél que está a cargo de la obra de Dios debe ser irreprensible. Esto significa que, por ser un administrador de los bienes de Dios, su conducta debería ser irreprensible; es decir, que debería vivir de tal manera que ninguna persona pudiera hallarle alguna falta para acusarle.

Algunas veces la gente tiene mala opinión de un dueño debido al mal administrador. Quizá sólo tratan con el administrador y, por lo tanto, no conocen al dueño. El dueño puede ser una persona buena y generosa, pero su administrador puede ser rudo y tacaño. ¿Qué hubiera pensado Rut de Booz si su mayordomo no le hubiera dejado entrar en su campo? (Rut 2:7). ¿Qué hubieran pensado las personas que trajeron sus hijos a Jesús si El no hubiese reprendido la rudeza de sus discípulos? (Marcos 10:13-16). Pero si la gente puede observar las cosas buenas que hacemos como mayordomos de Dios, ellos probablemente alabarán al dueño que está en los cielos (Mateo 5:16).

Podríamos decir que la fidelidad es el comportamiento correcto del mayordomo en relación con su amo. En cambio, integridad es la conducta correcta del mayordomo en relación con otras personas. De ambos, Jesucristo nos dio ejemplo porque El obtuvo “gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Cumplamos, entonces, nuestra obligación con Dios y también representémosle bien ante los hombres.

Sabiduría

Para ser un buen mayordomo es esencial que una persona tenga sabiduría. Un mayordomo sabio usará bien los recursos, evitará el despilfarro, distribuirá bienes para aliviar necesidades, mantendrá un cuidadoso registro de los negocios que haga y aprovechará las oportunidades. De esta forma logrará que prosperen los intereses de su amo.

Es verdad que una persona necesita tener cierto conocimiento de administración a fin de ser un buen administrador. Sin embargo, ¡la sabiduría es algo que no se obtiene estudiando un curso! ¡Hasta donde yo sé, nadie ha recibido un diploma de “persona sabia” al final de una serie de estudios! Pero el mayordomo cristiano puede aprender lecciones en sabiduría del mejor de todos los maestros (Santiago 1:5). Esta sabiduría le ayudará a cumplir con su tarea de mayordomo.

José es un ejemplo excelente de lo que es un mayordomo sabio, quien fue educado en la escuela de Dios. Es interesante notar que todo lo que hizo como siervo de Potifar y en la cárcel, prosperó (Génesis 39:2-3, 22-23). ¡Y su sabia administración salvó del hambre a Egipto y al mundo de entonces! (Génesis 41:54-57).

Jesús habló del mayordomo sabio y servicial a quien “su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración” (Lucas 12:42). Dios espera también que administremos sabiamente los bienes que nos ha confiado. Que no seamos como el rico necio, quien supo administrar los bienes temporales de poco valor pero fue descuidado con las cosas de valor eterno (Lucas 16:19-31).

LAS RESPONSABILIDADES DE UN MAYORDOMO

Objetivo 5.     Escoger ejemplos que describan las responsabilidades que usted tiene como buen mayordomo.

Seguir las instrucciones

Hemos visto que es el dueño, y no el mayordomo, quien decide lo que se hará con la propiedad. Suponga que un granjero quisiera cultivar trigo en su tierra. ¿Estaría contento si su administrador le comprara vacas en lugar de semilla de trigo? ¿No estaría el administrador usurpando una función que no es la suya? Así es, porque la responsabilidad del mayordomo es obedecer las instrucciones del dueño en relación con el uso que hará de su propiedad. El no debería hacer decisiones según su propia opinión. De la misma manera deberíamos reconocer que Dios es quien decide qué hacer con su propiedad. Nosotros sólo debemos seguir sus instrucciones.

Quizá usted se pregunte: ¿pero dónde puedo encontrar las instrucciones de Dios? Usted debería recurrir a la Biblia. Ella contiene las instrucciones necesarias para indicarnos cómo deberíamos administrar todo aquello que pertenece a Dios. Por ejemplo, ¿desea usted saber cómo usar su mente? Busque en Filipenses 4:8. ¿Y su tiempo? Lea en Efesios 5:16. ¿Y qué del evangelio? Considere lo que dice Marcos 16:15.

Todo lo que un administrador debe hacer es seguir las instrucciones del dueño. Esta es una de sus responsabilidades. Por eso el apóstol Pablo dijo: “Porque me es impuesta necesidad [de predicar]; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:16). Esta tarea fue parte de su mayordomía (1 Corintios 9:17), y su deseo era hacerla correctamente.

Buscar dirección

Un administrador necesita hablar periódicamente con el dueño a fin de recibir más instrucciones. De la misma manera, deberíamos hablar con nuestro dueño celestial y pedir su dirección. Dios no nos da todas las instrucciones de una vez. El lo hace poco a poco. Abraham, por ejemplo, fue instruido a dejar la ciudad de Ur e ir a la tierra que Dios le mostraría luego (Génesis 12:1). El salió sin saber a donde iba (Hebreos 11:8). Saulo recibió órdenes de levantarse e ir a Damasco (Hechos 9:6). Allí Dios le diría lo que debería hacer. Años más tarde, Saulo, que luego llegaría a ser el apóstol Pablo, tuvo que esperar las instrucciones de Dios antes de continuar predicando el evangelio (Hechos 16:6-10).

Hacer inversiones

Invertir significa comprar algo con el propósito de obtener ganancia. Si usted compra una oveja para comer con su familia, todo lo que hace es un gasto; pero si la compra para luego venderla, estará haciendo una inversión.

Un administrador debería hacer las inversiones necesarias para que prospere la propiedad de su dueño. Leemos en la parábola de los talentos que así hicieron dos de los tres siervos (Mateo 25: 14-23). Así también debemos hacer con los recursos que Dios nos ha confiado.

La manera cristiana de invertir

¿Cómo una persona puede hacer inversiones en respuesta a su mayordomía cristiana? Bueno, cada vez que hace una inversión usted da o gasta algo que tiene, ¿verdad? ¡ Usted no puede cosechar a menos que primero siembre! De la misma manera, cuando hace inversiones como mayordomo de Dios, usted da algo de lo que tiene. Puede ser su vida, su tiempo, sus habilidades, su dinero o algo más. (2 Corintios 9:6, 8).

Cuando damos, no debemos olvidar que estamos simplemente invirtiendo aquello que hemos recibido de Dios; porque, hablando estrictamente, no podemos dar o gastar algo que sea verdaderamente nuestro; todo viene de Dios (1 Crónicas 29:14, 16).

El plan de Dios para hacer inversiones

Dios tiene un plan para hacer inversiones que nosotros, como sus administradores, deberíamos seguir. De acuerdo con este plan, deberíamos dividir todo lo que Dios nos ha confiado en tres partes. Luego deberíamos dar cada parte a la persona que debería recibirla, tal como lo observamos en el siguiente diagrama:

  1. De los bienes que Dios nos da, El reserva especialmente para sí, los siguientes: a) Lo primero: por ejemplo, El reservó los primogénitos (Exodo 13:2), los primeros frutos (Deuteronomio 26:14), y la primera ciudad conquistada (Josué 6:16-19). b) Lo mejor: Génesis 4:4; Exodo 12:5; Levítico 1:3. c) Una séptima parte del tiempo: el día de reposo (Exodo 20:9-10). d) Una décima parte del salario: los diezmos (Levítico 27:30, 32). De la misma manera todo lo que dedicamos a Dios le pertenece (Levítico 27:1-25). ¡No hay mejor inversión que darle a Dios lo que pertenece a El!
  2. Dios está especialmente preocupado en que invirtamos aquello que nos ha dado para el beneficio de otros (Proverbios 3:27-28; 1 Pedro 4:10). Jesús dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). No hay persona que sea tan pobre que no tenga nada que dar (Hechos 3:6). No hay nadie que sea tan incapaz que no haya recibido siquiera un talento para invertir (Mateo 25:15). Al hacer el bien, Dios quiere que consideremos las necesidades de nuestro prójimo según el siguiente orden: Primero, nuestra familia (1 Timoteo 5:8). Segundo, los creyentes o nuestra familia de fe (Gálatas 6:10). Tercero, otras personas: el pobre (Levítico 19:10), los huérfanos y las viudas (Santiago 1:27) y cualquiera que tenga necesidad (Mateo 25:35-40).
  3. ¿No deja Dios algo para nosotros? ¡Sí! Somos sus escogidos, hechos a su misma imagen y semejanza. Es verdad que Dios desea que nos preocupemos por el bienestar de nuestro prójimo en lugar de hacerlo por el nuestro. Pero sí, El también tiene interés especial en nuestro bienestar (Salmo 34:10; Mateo 6:31-33; Filipenses 4:19; 1 Pedro 5:7). ¡Qué buen amo es Dios! Si nosotros, los administradores, cuidamos de la propiedad del dueño divino; a cambio, ¡El cuida de nosotros, sus administradores!

Informar

Llegado cierto tiempo, usualmente una vez al año, el administrador tiene que dar un informe al dueño. Tiene que decirle cual es la condición financiera de la propiedad que administra. Acerca de esta práctica, Jesús enseñó que cada persona dará cuenta a Dios de su mayordomía (Mateo 25:14-30). Los buenos mayordomos serán premiados y los malos serán castigados (Lucas 12:41-48).

Como creyentes, nosotros mismos daremos también cuenta a Dios. Deberemos decirle qué hemos hecho con aquello que nos ha confiado (1 Corintios 3:13-15). El apóstol Pablo sintió el peso de esta gran responsabilidad cuando exclamó: “¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:16). ¿Qué estamos haciendo nosotros? ¡Ojalá que el dueño celestial no nos encuentre malgastando su propiedad si llegara a venir de repente! (Lucas 16:1-2). Al contrario, cumplamos con nuestras responsabilidades de tal manera para que seamos merecedores de sus maravillosas palabras: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).

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