Dios, El Dueño de Todas las Cosas

Un mayordomo o administrador necesita saber para quién trabaja. De otro modo, ¿a quién podría dar cuenta de su mayordomía?

Esta primera lección ha sido escrita para que usted pueda conocer la verdad que forma el fundamento de este curso. Esta verdad nos dice que no somos los dueños de lo que poseemos porque Dios es el dueño de todas las cosas que existen.

Como obrero cristiano o como creyente, necesita saber que no trabajará para usted mismo sino para el dueño y Señor de su vida y todos sus bienes. Si realmente comprende el significado completo de esta verdad, ésta revolucionará su vida y ministerio. Y, sin duda, ésta cambiará su manera de pensar y vivir.

ENTENDIENDO LA IDEA DE PROPIEDAD 

La falsa idea de propiedad

Podríamos comenzar nuestro estudio de la mayordomía cristiana clarificando y explicando primero la idea de propiedad. Algunas personas creen que el simple hecho de poseer o utilizar una cosa las convierte en dueñas. Esta pareciera ser una idea que está arraigada profundamente en nuestro ser—una idea que tenemos desde la niñez. Trate simplemente de hacer la prueba quitándole algo a un niño de cuatro años de edad; ¡escuchará su lloro de protesta! Es verdad que podemos alquilar o tomar prestado alguna cosa y por lo tanto tenerla, pero no es nuestra.

Quizá algunas personas no devuelven las cosas que han tomado prestadas porque no tienen una idea clara de lo que significa propiedad. Cierto joven recibió una carta donde se le pedía que devolviera el acordeón (un instrumento musical) que le habían prestado. Enojado me dijo: “El dueño no sabe música y no lo necesita. El tiene suficiente dinero para comprar otro si quisiera. Yo no tengo acordeón y éste lo uso para la obra del Señor.” Como puede suponer, él no tenía intenciones de devolver el acordeón.

Usted necesita conocer la diferencia entre poseer y ser dueño a fin de comprender la doctrina de la mayordomía cristiana. Los discípulos de la primera iglesia nos dan un ejemplo claro de personas que comprendieron esta diferencia. Leemos que “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hechos 4:32).

El elemento básico en la idea de propiedad

Quizá se pregunte, ¿qué hace que una persona sea la dueña de algo? Yo podría contestar que es la capacidad de evitar que otra persona posea o utilice lo que consideramos nuestro. Usted puede dejar una silla afuera, en la terraza o en el patio de su casa, permitiendo que el sol y la lluvia la arruine. Usted no la usa ni permite que nadie la utilice. Si alguien tratara de llevársela de su casa, usted consideraría a la tal persona una ladrona. Usted tendría razón y las leyes de la sociedad lo apoyarían. Es así porque, de acuerdo con los valores de este mundo, el poder de evitar que otros utilicen un objeto es el principio básico que conlleva la idea de propiedad.

Esta idea puede parecer egoísta. Lo es. No es la idea bíblica de propiedad sino una que predomina en nuestra sociedad mundana. Sin embargo, estudiaremos la idea bíblica de propiedad más extensivamente.

Los atributos únicos de un dueño

El dueño de algo tiene ciertos atributos, o quizá seria mejor decir derechos, que un inquilino o usuario no tiene. A estos atributos o derechos los llamaremos únicos. El dueño puede hacer lo que quiere con lo que es suyo. El puede usar y abusar de aquello que le pertenece. Puede vender, cambiar o regalar lo que posee. Puede malgastar o abandonar eso y nadie puede evitarlo porque es suyo. Este atributo es uno al que podemos llamarle soberanía del dueño sobre su propiedad.

En ocasiones, a través de la historia, la esclavitud existió en diversos lugares del mundo. El esclavo pertenecía a su dueño o señor. Su dueño podía comprarlo en un mercado de esclavos o tomarlo como prisionero de guerra. Debido a que el esclavo era suyo, el dueño tenía la autoridad o señorío sobre él. Exactamente eso, él tenia el derecho de ordenar al esclavo y el esclavo tenía la obligación de obedecerle. Por tanto, podríamos afirmar que un dueño tiene soberanía sobre todos sus bienes pero señorío o autoridad sobre las personas. Un esclavo podría desobedecer la voluntad o autoridad de su amo, mientras que una posesión—la cual no es una persona—está bajo el absoluto control de su dueño.

Volveremos a mencionar nuevamente estos atributos de un dueño durante el desarrollo de esta lección.

IDENTIFICANDO AL DUEÑO

Falsos dueños

Tanto usted como yo tenemos cosas que consideramos nuestras. ¿Pero somos verdaderamente sus dueños? Si no somos,¿quién es? Antes de contestar estas preguntas, sería saludable considerar dos ideas. Ambas se oponen entre si con respecto a la idea de quien es el dueño de nuestros bienes.

El individuo como dueño

Una idea que ha prevalecido por miles de años, pero que ha recibido mayor hincapié durante los últimos cien años, es que el individuo es el dueño. El defecto mayor de esta idea es que ha justificado el egoísmo natural del hombre, provocando injusticias en el mundo. Si una persona tuviera los recursos o bienes para satisfacer las necesidades de su prójimo pero no quiere ayudarla, no tiene que hacerlo. El es soberano con respecto a cómo usar o distribuir sus bienes. El hombre rico que no quiso ayudar a Lázaro, el mendigo, actuó como si él hubiera sido el dueño (Lucas 16: 19-31).

Esta idea de propiedad ha sido modificada un poco en años recientes. En algunos países hay leyes que permiten que algunas propiedades sean expropiadas para el uso público. Esto significa que es posible que se le pida a un dueño que venda su propiedad si será de beneficio para la comunidad. Pero aún así, esta idea de propiedad es muy diferente a la que nos enseña la Biblia.

La comunidad como dueña

Otra creencia es que la comunidad es la dueña. La comunidad generalmente se ha entendido como un grupo de personas. Algunos creyentes han mostrado interés especial en esta idea porque pareciera conformar al punto de vista cristiano. Ellos se basan en Hechos 2:44-45 donde dice que los primeros discípulos “tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.” Ellos también citan Hechos 4:32 que dice que los discípulos “tenían todas las cosas en común”. Es importante notar, sin embargo, que estos versículos de la Biblia no se refieren a una práctica general, sino simplemente a lo que hicieron los creyentes en una situación específica. No hay lugar en el Nuevo Testamento que diga que los discípulos consideraron a la comunidad cristiana como la ducila de todos sus bienes.

El verdadero dueño

Tanto la idea de propiedad individual como la de propiedad comunitaria pueden conducir a puntos de vista extremos. Pero la verdad, como ocurre frecuentemente, es hallada entre ambos extremos. En este caso, la verdad está en la Biblia, la cual nos muestra una tercera idea acerca del dueño.

Su identidad

De acuerdo con la Biblia, ni el individuo ni la comunidad son dueños, sino sólo Dios. La verdad no sólo está entre las dos ideas presentadas sino, en realidad, sobre ellas. Tanto el individuo como la comunidad son seres humanos nada más. Pero Dios está por encima del hombre.

La idea bíblica de propiedad hace hincapié en que el verdadero dueño es aquél que tiene algo sin haberlo recibido de nadie. El verdadero dueño no necesita de nada porque lo tiene todo. Sólo Dios cumple con estos requisitos (1 Crónicas 29:14; Hechos 17:25). La gente no tiene nada que no haya recibido (1 Corintios 4:7; 1 Timoteo 6:7).

La Biblia dice que la tierra es de Dios (Exodo 19:5). Nosotros, los animales y todo lo que está en el mundo pertenecemos a Dios (Salmos 24:1; 50:10, 12; Hageo 2:8). El es el dueño absoluto de todas las cosas que existen porque “todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas [de Dios]” (1 Crónicas 29:11). A la luz de estos pasajes, ¡qué vano y presumido es el individuo y la comunidad que tratan de tomar lo que no les pertenece!, ¿verdad? Dios es todavía el dueño de todas las cosas.

Su propiedad

Dios es. por cierto. el dueño del universo. La Biblia nos enseña, no obstante. que hace mucho tiempo su derecho de propiedad fue desafiado. Lucifer, una de las criaturas más hermosas de Dios, se rebeló contra El y llegó a ser Satanás, su enemigo. El usurpó lo que era de Dios, y por eso es que se le llama el príncipe de este mundo (Juan 12:31; 14:30; 16:11). Satanás tentó al hombre para que se rebelara contra su dueño. El hombre se rebeló y, por lo tanto, quedó bajo el dominio de Satanás. Esto ha causado muchos sufrimientos e injusticias en el mundo.

Pero Dios trazó un plan maravilloso para rescatar lo que era suyo. Para llevar a cabo este plan. escogió a Israel para que fuera su pueblo. Ellos fueron su tesoro especial de entre todas las naciones de la tierra (Exodo 6:7; 19:5). De esta manera, Israel llegó a ser el pueblo de Dios. Cristo, el heredero legítimo de Dios, habría de nacer en Israel (Lucas 20:13-14; Hebreos 1:2). Pero Israel fracasó y por un tiempo cesó de funcionar como el pueblo de Dios (Oseas 1:9).

Sin embargo. el fracaso de Israel no hizo que el plan de Dios fracasara. En el tiempo señalado, Dios envió a su Hijo, Jesucristo. Satanás le ofreció a Jesús los reinos de este mundo¡cómo si ellos en realidad le pertenecieran!—con la condición de que Jesús le adorara (Mateo 4:8-9) Pero Jesús rechazo la desvergonzada oferta del usurpador porque con su sacrificio El rescataría al mundo del dominio de Satanás (Juan 8:34-36; 1 Pedro 1:18-19).

Jesucristo fundó su iglesia como había prometido. La iglesia es ahora el pueblo de Dios (Romanos 9:24-25; 1 Pedro 2:9-10). Todos los creyentes pertenecen a Dios. Cuando Jesucristo arrebate a su iglesia, Israel se arrepentirá y será otra vez el pueblo de Dios juntamente con la iglesia (Oseas 1:10; Romanos 11:25-27). Ellos también serán librados del dominio de Satanás.

Las palabras proféticas de Apocalipsis 11:15 nos dicen que hubo grandes voces en el cielo que proclamaban: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo.” Cuando el plan de Dios haya sido totalmente cumplido, habrá un nuevo cielo y una nueva tierra (Apocalipsis 21:1). El trono de Dios y del Cordero, Jesús, estará allí (Apocalipsis 22:3). ¡Cada ser humano comprenderá que Dios es el Rey soberano y Señor de todas las cosas que existen!

EXPLICANDO LOS DERECHOS DEL DUEÑO

Los derechos de Dios como dueño son absolutamente legítimos. Como observará a continuación, nadie sino sólo Dios realmente tiene derechos sobre el universo, y especialmente sobre nosotros. Las razones son las siguientes:

Dios nos ha creado

Dios es el dueño del universo porque El lo creó (Génesis 1:1; Juan 1:3). La tierra juntamente con todo lo que contiene le pertenece. De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (Salmo 24:1-2). También nosotros le pertenecemos porque El nos hizo (Salmo 100:3). Dios creó todas las cosas para su gloria (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11) y para su contentamiento (Salmo 149:4). Todo lo que existe pertenece a Dios porque El tiene los derechos por ser el creador.

Como dueño, Dios ejercita soberanía absoluta sobre todo lo que ha creado. “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Romanos 9:20-21). El le dio al hombre la boca; pero también hizo al mudo—alguien que no puede hablar (Exodo 4:11). Es usted una persona que ha nacido con un defecto? ¡Un momento! No se apresure a acumular resentimiento contra su Creador. Dios no es un hacedor opresivo y cruel que se deleita en los sufrimientos de los suyos. Al contrario, El desea nuestro bien. Esto queda demostrado por los casos innumerables en que Jesús sanó al ciego, al sordo, al mudo y al cojo. ¿Es difícil comprender por qué El permite que todo esto ocurra? Sí, lo es. Pero Dios también es sabio y, que no exista duda, El tiene un propósito glorioso y maravilloso para sus criaturas.

El apóstol Pablo, maravillado por la soberanía y sabiduría de Dios, declaró que todas las cosas provienen de Dios y que El merece toda la gloria (Romanos 11:33-36).

Dios nos sustenta

Si Dios no sustentara todas las cosas con la palabra de su poder (Hebreos 1:3). nuestra existencia sería tan breve como la de una chispa. Pero es debido a El que todas las cosas existen (Apocalipsis 4:11) y en El es que todas las cosas subsisten (Colosenses 1:17).

No poseemos nada que sea absolutamente nuestro. Hemos recibido todo de Dios (1 Crónicas 29:16; Hechos 17:25; 1 Corintios 4:7): el lugar donde vivimos, el aire que respiramos, los alimentos que comemos. Vivimos porque Dios así lo quiere. Y finalmente, sería imposible vivir aparte de Dios, porque en él vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).

Una de las enseñanzas más maravillosas en la Biblia es que la relación de Dios con nosotros es la de un Padre. El nos mira como sus hijos, no simplemente como objetos que le pertenecemos. Debido a que Dios es dueño de todas las cosas, somos hijos de un Padre tremendamente rico y maravilloso. El es mejor que cualquier padre terrenal y siempre está presto a dar buenas dádivas a sus hijos (Mateo 7:9-11). Esta preciosa verdad nos ayuda a vivir confiando en El (Mateo 6:31-32). Un hijo huérfano debe preocuparse acerca de cómo se mantendrá vivoya sea pidiendo limosna, robando o trabajando. El necesita preocuparse acerca del lugar en que habrá de dormir—ya sea en un zanjón, en un caño o en la entrada de una casa. Un niño que tiene padres que lo cuiden no tiene estas preocupaciones. Usted y yo tenemos un buen Padre, nuestro Dios quien nos sostiene y cuida(Romanos 8:32; 1 Pedro 5:7).

Dios nos redime

Durante los tiempos del Antiguo Testamento, si un israelita era tan pobre que debía venderse en esclavitud para pagar una deuda uno de sus parientes cercanos podía rescatarlo. Para hacerlo, este pariente debía comprarlo a su dueño (Levítico 25:47-49). Este acto fue llamado redención.

Dios dijo que los israelitas eran sus siervos porque El los había salvado de la esclavitud al sacarlos de Egipto (Levítico 25:55). También nosotros hemos llegado a ser esclavos, esclavos de Satanás debido al pecado de nuestros primeros padres. Debido a que no pudimos rescatamos a nosotros mismos, nuestro pariente cercano, Cristo, lo hizo con su sacrificio (Tito 2:14; 1 Pedro 1:18-19). Nunca más pertenecemos a Satanás. Pero tampoco somos libres; es decir, no somos de nosotros mismos (1 Corintios 6:19).

Debido a que Dios nos compró “por precio” (1 Corintios 6:20), pertenecemos a El.

Un niño pequeño que vivía en una villa cercana al océano construyó un pequeño bote y lo llevó a la playa. Pronto las olas lo arrastraron mar adentro. Los esfuerzos del niño por rescatarlo fueron inútiles. Días más tarde el vio que su pequeño bote estaba en el escaparate de una tienda. Estaba en venta. Con un gran esfuerzo reunió el dinero necesario y lo compró. Llorando de alegría el niño exclamó: “Ahora eres doblemente mío; ¡porque te hice y porque te compré!.” Exactamente de la misma manera nosotros pertenecemos a Dios: Porque El nos creó y porque también nos redimió.

Dios nos santifica

La palabra santificar significa apartar. Otras palabras para expresar la misma idea son consagrar y dedicar. Cuando Dios consagra una persona o cosa, El la aparta para si mismo. Es suya por el hecho de apartarla para sí mismo. Los primogénitos de Israel pertenecían a Dios porque El los santificaba (Números 8:17). Por la misma razón, el templo de Jerusalén llegó a ser la casa de Dios (2 Crónicas 7:16).

Jesucristo no sólo nos redimió con su sacrificio, pero El también nos lavó y santificó (1 Corintios 6:11; Hebreos 10:10). Pertenecemos a Dios porque El nos escogió para que fuésemos su pueblo—una nación santa o santificada (1 Pedro 2:9).

RECONOCIENDO LOS DERECHOS DEL DUEÑO

Usted sabe ahora que Dios es el dueño de todas las cosas y que El tiene ciertos derechos sobre sus bienes y principalmente sobre usted. Pero el hecho de saberlo sin ponerlo en práctica es de poco provecho. Jesús dijo en una ocasión: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17). Es importante, entonces, no sólo saber que Dios es nuestro dueño pero también reconocerle como tal.

Dedicando nuestras vidas y nuestros bienes

La palabra dedicar significa apartar alguna cosa para un propósito especial. Cuando la usamos al hablar de nuestra relación con Dios, significa dar nuestras vidas y bienes a Dios. Si creemos que El es el dueño, ¡no hay nada más práctico que reconocerlo dándole a El lo que es de El! Dios mismo, quien enseñó a los israelitas que todos los primogénitos eran suyos, requirió que fueran dedicados a El (Exodo 13:12). De esta manera ellos podían aplicar el conocimiento que habían recibido. Jesús hizo una demanda similar cuando dijo: “Dad . . . a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).

Ana, la madre del profeta Samuel, nos proporciona un excelente ejemplo de dedicación. Ella comprendió que si tenía un hijo seria debido a que Dios se lo daba. Por lo tanto, lo dedicó para que perteneciera a Dios todos los días de su vida (1 Samuel 1:27-28). En el Nuevo Testamento, el ejemplo de los creyentes macedonios es conmovedor y extraordinario. En medio de circunstancias difíciles, ellos le confiaron a los apóstoles sus magras posesiones porque “se dieron primeramente al Señor” (2 Corintios 8:5).

Siendo agradecidos

¡Qué maravilloso dueño es Dios! El es dueño de todo; sin embargo, al mismo tiempo El lo da todo (Hechos 17:25). El no sólo nos ha dado a su único Hijo, sino también prometió darnos juntamente con El “todas las cosas” (Romanos 8:32). Por lo tanto debemos darle gracias a Dios porque aunque no somos dueños de nada, El nos da acceso o entrada a todas las cosas que El tiene. ¿Podemos decir lo mismo acerca de alguna otra persona? Además, al ser agradecidos le agradamos a Dios porque ésta es su voluntad para nosotros (Colosenses 3:15; 1 Tesalonicenses 5:18).

Los hombres se pervirtieron porque aunque ellos conocieron a Dios no le dieron gracias (Romanos 1:21). No le reconocieron como dueño. Ellos dieron por sentado que lo que Dios les había confiado les pertenecía. Aun un examen superficial de la Biblia nos demuestra que la gratitud es una parte vital de la vida cristiana.

Sometiéndonos a Dios

Si Dios es nuestro dueño soberano. la cosa más sensible que podemos hacer es someternos a El. Un buey conoce a su dueño y por eso se somete a El. ¡Cuánto más deberíamos nosotros mismos, que somos seres racionales, someternos a Dios! Que el Señor no tenga que decir de nosotros lo que dijo a Israel: “No entiende, mi pueblo no tiene conocimiento” (Isaías 1:3). Saulo de Tarso aprendió una dura lección cuando trató de resistir al Señor: “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hechos 26:14). En contraste. podemos humildemente decirle a Dios Tú el Alfarero; yo el barro soy. Cúmplase siempre en mi tu querer. De todos modos, el barro no puede hacer otra cosa sino permitir al alfarero que haga lo que quiera con él.

Demostrando respeto

Es una práctica universal demostrar el respeto debido a quienes están en autoridad. Dios, por ser nuestro dueño, es nuestro amo. Por lo tanto deberíamos demostrarle respeto en palabras y acciones. En Malaquías 1:6-8 leemos que el profeta Malaquías amonestó severamente a los líderes religiosos de Israel por tratar sin respeto a Dios. ¡Ellos no hubieran tratado a sus gobernantes de la misma manera!

Obedeciendo

Por ser nuestro dueño, Dios ejerce su señorío sobre nosotros. El es Señor y nosotros sus siervos. Esto significa que debemos obedecerle. Si obedecemos a las autoridades terrenales, ¡cuánto más deberíamos obedecer a quien es Señor de señores! Pero es posible que haya personas que llamen a Dios “Señor” sin estar dispuestos a obedecerle (Lucas 6:46). Esta conducta, sin embargo, es tanto deshonesta como engañosa.

En Israel un esclavo podía permanecer voluntariamente como tal en tanto su amo lo tratara bien (Exodo 21:5-6). Dios ha demostrado que es un buen Señor sobre nosotros. Es razonable, entonces, que le demostremos voluntariamente que somos sus siervos obedientes para siempre.

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