Nuestros Hogares
Saber cómo administrar el dinero y los bienes no es la única responsabilidad importante del obrero del Señor. El apóstol Pablo nos dice que uno de los requisitos básicos de un líder o ayudante de la iglesia es ser también un buen mayordomo de su hogar. Por cierto, su argumento es muy sencillo: Si un hombre no sabe gobernar su propia familia, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios (1 Timoteo 3:5)? Por supuesto, Pablo se refiere aquí a gobernar una familia de acuerdo con las instrucciones de Dios.
Como creyente u obrero cristiano, usted necesita saber qué debe hacer para ser un buen mayordomo de su hogar. Esta lección ha sido escrita para ayudarle a satisfacer esta necesidad. Por medio del estudio de esta lección, usted aprenderá cómo gobernar su familia y usar su hogar como Dios lo desea. También podrá compartir estas enseñanzas en su iglesia o comunidad.
LA FAMILIA CRISTIANA
Su fundador
Dios es el fundador de la familia. El la estableció cuando creó al hombre y a la mujer (Génesis 1:27) y les dio el mandato de tener hijos (Génesis 1:28). Como fundador de la familia, Dios tiene los derechos de propiedad sobre ella. Es su familia y, por lo tanto El es su dueño.
Su modelo
La familia cristiana es aquella cuyos miembros viven juntos de acuerdo al modelo establecido por Dios. Lea 1 Corintios 11:3 y Efesios 5:22-6:4 para comprender los principios de autoridad y relación que Dios quiere que sean parte de este modelo. Cristo es presentado como la cabeza del marido y el marido como la cabeza de la mujer. Los hijos están sujetos a sus padres. En otras palabras, cada miembro de la familia está sujeto a las respectivas autoridades que Dios le ha puesto. Esta relación puede observarse en el siguiente diagrama.
Pero aún hay más. Estos versículos nos muestran como ha de operar esta autoridad dentro de la familia. El modelo es la relación que existe entre Cristo y la iglesia. Quienes ejercen autoridad en la familia deberán imitar el ejemplo de autoridad, liderazgo y amor de Cristo. Jesucristo nunca fue un líder dictatorial o arbitrario. El guió a sus discípulos dándoles dirección y orientación amorosas, y ofreciendo su vida como un ejemplo.
Sobre todo, Jesucristo debe ser reconocido como la autoridad suprema por todos los miembros de la familia. Sólo entonces la familia operará según el designio de Dios. Por cierto, sería imposible imaginar una verdadera familia cristiana sin Cristo como su cabeza.
Las responsabilidades de sus miembros
Para que una familia se comporte según el plan de Dios, cada uno de sus miembros deberá cumplir con sus respectivas responsabilidades.
Parejas casadas
En su plan para la familia, Dios consideró a la pareja casada. Por cierto él dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Pero Dios hizo a la mujer del cuerpo del hombre, ¡y entonces decretó que el hombre y la mujer fueran nuevamente un solo cuerpo por medio del matrimonio (Génesis 2:24)! ¡Qué profundo misterio hay en todo esto (Efesios 5: 32-33)!
Para conservar esta unidad, Dios estableció ciertas reglas que ambos compañeros debían obedecer. Estas reglas son las siguientes:
- No os neguéis el uno al otro. Así lo dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 7:3-5, refiriéndose a las relaciones maritales. ¿Le sorprende? La Biblia tiene mucho que decir acerca del uso incorrecto de las relaciones sexuales, pero éste es casi el único pasaje que enseña acerca de su uso correcto. Y, por supuesto, el uso correcto de las relaciones sexuales está limitado a la esfera del matrimonio.
El matrimonio comienza con la unión física de la pareja (Génesis 2:24). Es muy natural, entonces, que la Biblia nos dé la norma para la continuación de esta unión. De acuerdo con esta norma, cada compañero debería satisfacer las necesidades sexuales del otro, porque ya no son dueños de sus propios cuerpos; cada uno pertenece al otro. Si la pareja obedece este principio y sigue la norma resultante de éste, el matrimonio será más feliz y la infidelidad grandemente disuadida.
- Sean fieles el uno al otro. Cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio en el Señor, ambos se prometen fidelidad. Y Dios desea que esta promesa sea guardada en la vida matrimonial de ellos. Ambos, el marido y la esposa, deberían recordar que sus cuerpos pertenecen primero al Señor y luego al respectivo conyugue.
El apóstol Pablo señala que si un creyente une su cuerpo al de una prostituta, ¡ hace que esa parte del cuerpo de Cristo llegue a ser parte del cuerpo de la prostituta! Porque su cuerpo es parte del cuerpo de Cristo (1 Corintios 6:15-17). De la misma manera, si los maridos o las esposas unen sus cuerpos al de otra persona, ¡ellos están uniendo el cuerpo de su compañero al cuerpo de esa persona! Así ocurre porque el cuerpo de un cónyuge pertenece al de su compañero y cada cuerpo es uno con el de su compañero.
La infidelidad, por lo tanto, es una anormalidad; es la unión de una parte del cuerpo de la pareja con el cuerpo de un extraño. No es de sorprender que esto pueda llegar a provocar mucho dolor en un matrimonio.
- No separen lo que Dios ha juntado. Jesús dijo que a partir del momento en que un hombre y una mujer se unen como marido y esposa, dejan de ser dos. Desde entonces son sólo uno, porque Dios los ha unido (Mateo 19:6). Esto hace que el divorcio también sea una anormalidad; una interferencia humana en los asuntos de Dios. La pareja no debería divorciarse porque no tiene el derecho de separar lo que Dios ha juntado.
Aunque el divorcio era permitido en el Antiguo Testamento, no deberíamos olvidar que Jesús enseñó que este permiso fue dado porque los hombres eran difíciles de ser enseñados (Mateo 19:8). La norma establecida por Dios desde el principio, nunca fue cancelada.
- Amense el uno al otro. La idea que un hombre y una mujer se casan debido al amor romántico ha sido ampliamente difundida en los tiempos modernos. El amor es considerado como una atracción mutua entre un hombre y una mujer; y cuando esta atracción deja de existir, pareciera que hubiera razón para disolver el matrimonio. Por el contrario la Biblia ordena al marido y a la esposa que se amen mutuamente (Efesios 5:25; Tito 2:4). De manera que si una pareja piensa que su matrimonio ha cesado porque ya no se aman, es tiempo que comiencen a amarse el uno al otro; es decir, a obedecer el mandamiento del Señor.
¿Cuál es la idea bíblica del amor? Por cierto no significa solamente una atracción física y emocional. En esta clase de amor existe mucha gratificación propia. Por el contrario, el amor que la Biblia enseña es el amor abnegado. Cada compañero piensa en lo que él o ella puede darle al otro. Este es el amor que Pablo enseña en 1 Corintios 13:4-7. Este es el amor que mantendrá a flote la embarcación del matrimonio cuando pase por las aguas tormentosas de la vida.
- Comprométanse el uno al otro. El compromiso es esencial en el matrimonio cristiano. Este compromiso incluye el compromiso del uno al otro y el compromiso a Dios que sea parte de su vida juntos. Esto significa comprometerse a hallar una manera de resolver los problemas que nos afligen a todos en algún punto de nuestra vida matrimonial; es decir, los problemas de comprenderse y relacionarse el uno con el otro. Unicamente cuando el fundamento del matrimonio incluye el compromiso es que existe la base para la armonía y la estabilidad matrimonial. El compromiso de Cristo hacia los suyos nos proporciona un hermoso ejemplo de la calidad duradera de esta clase de compromiso (Juan 13:1).
- Respétense el uno al otro. La pareja casada debería mostrar respeto mutuo, aun cuando a uno le parezca que el otro no lo merece (Efesios 5:33; 1 Pedro 3:7). Ambos deberían reverenciarse mutuamente. Ninguno de los dos debería considerarse inferior al otro, dado que ambos son uno. Obrar de esta manera sería como rebajarse uno mismo. La esposa debería respetar a su marido porque él es la autoridad que Dios le ha puesto; y el marido debería respetar a su esposa porque es la compañera idónea que Dios le ha dado y la que recibirá el don de la vida de Dios juntamente con él (1 Pedro 3:7).
Esposas
La Biblia señala dos responsabilidades específicas de las esposas cristianas.
- Someteos a vuestros maridos. En los tiempos primitivos, la esposa era la esclava de su marido, pero entre los israelitas ella disfrutaba de una posición mucho mejor. Sin embargo, es en Cristo que la mujer ha alcanzado una posición de verdadera dignidad, porque en Cristo no hay diferencia entre hombres y mujeres (Gálatas 3:28). Pero en el matrimonio, Dios ha dado un modelo específico de relación, responsabilidad y autoridad.
En Efesios 5:22-23, observamos que mientras que el marido ha recibido la responsabilidad de proveer el liderato y la dirección del hogar, la mujer ha recibido la responsabilidad de someterse a su liderato y autoridad de la misma manera en que la iglesia se somete al liderato de Cristo (Efesios 5:22, 24; Colosenses 3:18; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1,5).
Para algunas mujeres es difícil comprender qué significa ser sumisa. Ellas piensan que debe existir igualdad absoluta entre el hombre y la mujer en cada área de la vida. Pero esto no es realista, dado que los hombres y las mujeres son diferentes en muchos aspectos. Es verdad que cada uno tiene los mismos derechos y responsabilidades delante de Dios. Pero también es verdad que las personas que tienen los mismos derechos escogen libremente líderes a quienes se someten. Así es que en el matrimonio, la esposa libremente escoge ser parte de un hogar y de esta manera someterse a la autoridad que está prescrita en el modelo que Dios designó para el hogar. Dios no tuvo en mente que los hombres y las mujeres compitieran entre sí, sino que se complementaran mutuamente (1 Corintios 11:11-12). La felicidad y la armonía existirán únicamente cuando el matrimonio realice esto.
- Sea buena ama de casa. Otra de las obligaciones que Dios les ha dado a las esposas, es la de cuidar la casa (Tito 2:5). Note la maravillosa alabanza que recibe esta clase de esposa en Proverbios 31:10-31.
Maridos
Dios ha puesto sobre el marido una obligación principal: amar a su esposa (Efesios 5:25; Colosenses 3:19). ¿Pero cuáles son las características de este amor? Examinémoslas en las Escrituras.
- El amor del marido por la esposa es un amor abnegado. El está listo aun a dar su vida por su esposa, de la misma manera en que Cristo lo hizo por la iglesia porque su amor fue tan grande por ella (Efesios 5:25). Ciertamente éste es un amor valiente, un amor que ha alcanzado su máxima expresión.
- El amor del marido por la esposa es un amor que se ama a sí mismo. Esto parece extraño, ¿verdad? Más aún, pareciera contradecir la declaración anterior; pero es lo que la Biblia dice: “El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (Efesios 5:28). El no ama a alguien más como lo hace el hombre que ama a su prójimo, sino que se ama a sí mismo. El ama a su esposa de la manera en que ama su cuerpo; le provee alimentos y la cuida como si fuera su propio cuerpo, porque, después de todo, los dos son en realidad uno (Efesios 5:29). El es considerado con las necesidades y preocupaciones de su esposa, de la misma manera en que Cristo es considerado con las necesidades y preocupaciones de la iglesia. Al hacer así, el marido obra de la manera en que Cristo trata a la iglesia, la cual es su cuerpo.
- El amor del marido por su esposa es tierno. El marido no trata a su esposa con dureza (Colosenses 3:19), sino gentilmente; siendo considerado de sus debilidades (1 Pedro 3:7). El la acompaña en estas circunstancias mostrándole amor y ternura.
Un esposo que ama a su esposa con esta clase de amor no tendrá dificultad en tener su sumisión. Podríamos poner esto de otra manera: una esposa que tiene un marido que la ama de esta manera, no tendrá inconvenientes en someterse a él.
Note que la Biblia le da a la mujer la responsabilidad de someterse a su marido y al marido la obligación de amar a su esposa. Es muy importante que el marido cumpla sus propias responsabilidades y que la esposa cumpla sus propias responsabilidades sin tratar que el otro lleve a cabo la parte que le corresponde. Es decir, el marido no puede y no debería, tratar de forzar a su esposa a que se someta a él. ¡Esto no puede ser! Tampoco la esposa puede obligar a su marido a que la ame. Cada uno debe cumplir con su propia responsabilidad y debe dejar que la otra persona haga lo mismo. De otro modo, una esposa puede negarse a someterse a su marido hasta que él le demuestre que la ama; o el marido puede negarse a amar a su esposa hasta que ella se someta a él. Esta actitud acarrea una situación de que “tú lo debes hacer primero”, la cual hace que ninguno de los cónyuges cumpla con el plan de Dios.
Hijos
De acuerdo con la orden divina, la responsabilidad de los hijos es obedecer a sus padres (Efesios 6:1-3; Colosenses 3:20). La autoridad de los padres tiene como fundamento la autoridad de Dios, a quien ellos representan en el hogar. Los pasajes mencionados nos proporcionan cuatro razones por las cuales los hijos deberían obedecer:
- La obediencia es la responsabilidad cristiana de ellos.
- La obediencia es la actitud correcta.
- La obediencia agrada a Dios.
- Hay una promesa de éxito y larga vida para aquellos que respetan a sus padres.
Jesucristo mismo es el ejemplo supremo de obediencia. El obedeció a su Padre celestial (Filipenses 2:8) como también a sus padres terrenales (Lucas 2:51).
Padres
Dios ha ordenado a los padres que enseñen, disciplinen y amen a sus hijos (Efesios 6:4; Tito 2:4).
- Enseñen a sus hijos. Los padres deben enseñarles a los hijos cómo deberían vivir (Proverbios 22:6). Sus enseñanzas deberían incluir:
- La Palabra de Dios (Deuteronomio 6:7). Este es el fundamento de toda vuestra enseñanza.
- Obediencia (Génesis 18:19). Los hijos aprenderán el principio de autoridad y llegarán a ser ciudadanos que respetan la ley.
- Trabajo. Los padres evitarán que los hijos estén ociosos, llegando a ser delincuentes.
- Mayordomía. Esto logrará que sus hijos sean personas responsables ante Dios y los hombres.
Para que la enseñanza sea efectiva, ésta debe ser practicada. Una manera de lograrlo es poniéndoles reglas a los hijos para que obedezcan. ¡Pero, cuidado! No hagan reglas que ustedes mismos no puedan cumplir (Romanos 2:21-22). Sus enseñanzas deben ser respaldadas por sus ejemplos. Si no las cumplen, sólo lograrán confundir y exasperar a sus hijos (Colosenses 3:21).
2. Disciplinen a sus hijos. Si los hijos no obedecen las reglas hechas por sus padres, deberían ser disciplinados (Proverbios 19: 18; 29:17). El castigo es una demostración de amor por los hijos (Proverbios 13:24). Por otra parte, la falta de castigo es evidencia de que los padres no aman a sus hijos.
La Biblia permite el uso del castigo físico o corporal (Proverbios 23:13-14). Pero los padres deben ser cuidadosos de no usar excesiva ni exclusivamente el castigo físico. El obrar de esta manera puede causar amargura, enojo y resentimiento hacia los padres (Efesios 6:4). La disciplina incluye la dirección amorosa que recurre al castigo sólo cuando otros métodos han fracasado. Pero no ignore las repetidas ocasiones en que sus hijos desobedecen, para únicamente disciplinarlos cuando su paciencia se ha agotado. Si así hace, los disciplinará sólo para desahogar su enojo y no para corregir sus faltas. Disciplínelos cuando hayan desobedecido. De esta manera la desobediencia de ellos no llegará a ser un patrón establecido.
Cuando disciplina a sus hijos, es también importante que, como padres, sean percibidos por sus hijos como una sola autoridad. Como padre, no cometa el error de defender a sus hijos cuando su cónyuge los corrige. Si así hace, usted estará minando la autoridad en el hogar y los hijos no sabrán a quién obedecer. También, el que observa la desobediencia debería ser el que aplica la disciplina. No amenace a su hijo diciéndole: “Cuando tu padre (o madre) regrese a casa te castigaremos.” Si un acto requiere disciplina, hágalo inmediatamente.
Cuando la disciplina es necesaria, es importante que el niño sepa exactamente por qué está siendo castigado y cómo debería comportarse en el futuro. Después del castigo, el padre debería mostrarle al niño amor, perdón y aceptación. El niño nunca debería sentirse rechazado, aun cuando su conducta sea corregida. Después de todo, ¿acaso el Señor no demuestra una actitud perdonadora cuando caemos? (Nehemías 9:17; Miqueas 7:18; Lucas 7:36-50).
Asegúrense de comunicarse con sus hijos. Estén dispuestos a escuchar sus expresiones de necesidad, ideas, y, sí, también las quejas. Un oído abierto frecuentemente les ayudará a prevenir los problemas antes de que requieran disciplina. Estén dispuestos a escuchar a sus hijos y a pensar y a considerar en oración sus puntos de vista. ¡Algunas veces comprenderán que ellos ven las cosas tan bien o mejor que ustedes mismos!
- Amen a sus hijos. El apóstol Pablo les enseña a los creyentes que deben amar a sus hijos (Tito 2:4). Hemos estudiado también que la disciplina es una manera de amar a los hijos, pero ésta no es la única. Los hijos no deberían crecer en una atmósfera de severidad sombría. ¡La misma mano que ustedes levantan para corregirlos también puede ser usada para tratarlos amorosamente!
Algunas veces los hijos desobedecen para llamar la atención. Los padres deberían comprender esto y escuchar a sus hijos; deberían apartar un tiempo para estar con ellos. Si los padres están tan ocupados con sus propias actividades que no tienen tiempo para sus hijos, algún día podrían llegar a descubrir que ya no tienen influencia alguna sobre ellos y los hijos podrían ser hallados en el camino de la delincuencia.
Los obreros del Señor no están exentos de cometer el error mencionado anteriormente. Algunos aman al Señor fervientemente y trabajan mucho para la salvación de los pecadores, pero pierden a sus hijos. ¡Se interesan más en la salvación de otros que en la salvación de los que están en su propio hogar! Cuánta verdad habrá en lo que cierto creyente dijo acerca de un joven que vivía en pecado: “El es tan malo como si fuera hijo de predicador.” Si usted es un obrero del Señor, no permita que esto suceda en su familia.
Su función como mayordomo
Dios está especialmente interesado en la salvación de las familias (Hechos 11:14; 16:31-33). Una vez que los miembros de una familia son salvos, es el mayordomo quien debería asumir el liderato para que todos continúen sirviendo al Señor.
Como ya ha estudiado, el mayordomo del hogar cristiano cumple una doble función: él es tanto marido de su esposa como padre de sus hijos. La responsabilidad del mayordomo, especialmente del obrero cristiano, es gobernar su familia (1 Timoteo 3:4, 12). Consideremos tres aspectos de esta responsabilidad.
- El mayordomo es responsable ante Dios por la integridad de su hogar. Cuando un hogar ha sido destruido, en la mayoría de los casos ha ocurrido debido a la mala administración.
- El mayordomo también es responsable por la conducta de sus hijos. Como Ana, el mayordomo debería reconocer que Dios le ha dado sus hijos. Por lo tanto, debería dedicarlos a Dios y hacer todo lo posible para que ellos lleguen a pertenecer a Dios (1 Samuel 1:27-28). Dios ciertamente quiere que sus hijos sean creyentes y se comporten correctamente (1 Timoteo 3:4; Tito 1:6). El acusó a Elí porque no corrigió a sus hijos, aun cuando conocía la mala conducta de ellos (1 Samuel 2:22-36; 3:11-14). El caso de David es aún más dramático. El sabía cómo administrar un reino con justicia, pero no supo cómo gobernar su familia.
- Por último, el mayordomo es responsable de cuidar a su familia. Dios, como Padre justo, vela por el bienestar de sus hijos. Más aún, entonces, tiene razón de hacer lo mismo el mayordomo de su familia (Mateo 24:45); porque si no obra así, será como negar la fe y actuar peor que un incrédulo (1 Timoteo 5:8).
EL HOGAR DEL CREYENTE
A Place for the Lord’s Presence
En algunos hogares hay un cuadro donde dice: “Cristo es supremo en este hogar, Huésped invisible en esta mesa, Oyente silencioso de cada conversación.” Este lema es bueno porque nos recuerda que Cristo está presente en nuestros hogares. Vigilemos, entonces, para que cada cosa esté limpia y en orden, que los hijos se porten bien y que la conversación sea saludable y edificante.
Cuán grande debe haber sido la alegría y la prisa de Zaqueo para dar a Jesús la bienvenida a su hogar (Lucas 19:5-6). Los sentimientos que tenemos en nuestro hogar deberían ser aún mayores, porque Cristo está siempre con nosotros. Nuestro hogar debería ser un oasis de alegría y paz. Es triste decirlo, pero algunos creyentes parecieran no creer en esto. En lugar de ser así, ellos creen que Jesús sólo vive en la iglesia, el lugar donde la conducta de ellos es muy santa. Pero sus hijos viven confundidos porque no pueden comprender por qué sus padres no son tan santos en sus hogares como en la iglesia.
Una buena manera de hacer que la presencia de Cristo sea real en el hogar es teniendo momentos familiares de devoción. En un tiempo separado por mutuo acuerdo, los padres y los hijos se reúnen para estudiar la Palabra de Dios y para adorarle juntos. Las devociones familiares ayudarán a la pareja casada a permanecer unida y a los hijos a obedecer a sus padres en el Señor.
Un albergue para huéspedes
La Biblia nos enseña que es una bendición hospedar extraños en nuestros hogares, porque a veces ha habido algunos que haciendo así hospedaron ángeles sin saberlo (Hebreos 13:2).
Después de convertido, Mateo dio un banquete e invitó a sus amigos junto con Jesús y sus discípulos. Sin duda, él quería que sus amigos conocieran a Jesús. Nosotros podemos hacer lo mismo. Podemos invitar un amigo para hablarle acerca de Cristo; a un nuevo creyente para animarle en la fe; a los jóvenes para compartirles nuestras experiencias; y a nuestros hermanos y hermanas en general para fortalecer nuestro amor y compañerismo cristiano. Una viuda cristiana se sintió muy sola y apenada por la pérdida de su única hija. Cierto domingo, ella invitó a una joven, quien vivía lejos de su hogar y lo extrañaba, para que viniera a su casa a cenar. Ambas disfrutaron del tiempo que pasaron juntas y se acostumbraron a pasar juntas los domingos. Esto condujo a una sincera amistad y con el tiempo la joven aceptó a Jesús como su Salvador.
Como mayordomos de Dios, tenemos la responsabilidad y el privilegio de ser hospitalarios con los pastores, evangelistas y otros siervos del Señor (1 Pedro 4:9; Romanos 12:13). Sobre todo, el obrero del Señor debería caracterizarse por su hospitalidad (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8). La mujer de Sunem, quien preparó un cuarto para el profeta Eliseo, nos da un hermoso ejemplo de hospitalidad (2 Reyes 4:8-11). En el Nuevo Testamento Lidia es otro ejemplo notable de una mujer hospitalaria (Hechos 16:14-15). Ella demostró su preocupación al ofrecer su hogar al apóstol Pablo y a quienes viajaban con él.
Un testimonio para la comunidad
Los hogares de los creyentes deberían de ser ejemplos en sus vecindarios. Deberían dar testimonio de lo que Cristo puede hacer en el hogar. Deberían demostrar las virtudes cristianas frente a sus comunidades (Mateo 5:16).
En los tiempos apostólicos, los hogares cumplieron una función importante en el avance de la iglesia. Los grupos de creyentes se reunían en los hogares para comer juntos (Hechos 2:46), para orar (Hechos 12:12) o para celebrar reuniones (Romanos 16:5, 23; 1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15). Podría decirse que la iglesia comenzó en los hogares de los creyentes. De la misma manera, los hogares cristianos de hoy pueden ser lumbreras en la oscuridad, enviando la luz del evangelio a sus vecindarios (Filipenses 2:15-16). Como en sus comienzos, muchas iglesias de hoy comenzaron en el hogar de un creyente. Usted puede abrir su hogar para celebrar reuniones de oración, servicios evangelísticos o reuniones de escuela dominical. Algunos de sus vecinos que nunca han asistido a una iglesia podrían escuchar el evangelio en su hogar.