La familia de los obreros de Dios

Luciano, quien ha sido cristiano desde hace sólo dos meses, se deleita con las hermosas verdades que descubre en su estudio de la Palabra de Dios. Él lee acerca de las maneras en que Dios le habló al mundo y descubre un patrón interesante que está tejido a través de la Biblia.

Cuando lee la Biblia, él ve que Dios siempre ha tenido una familia, y que esta familia ha llevado a cabo su obra en el mundo. Lee acerca de los profetas que vivieron en la época del Antiguo Testamento, y de los discípulos y apóstoles de la iglesia primitiva en la época del Nuevo Testamento. Ve cómo
estos hombres y mujeres han comunicado a otros el mensaje de Dios.

Luciano se encuentra diciendo en sus oraciones: “Señor, ¿cómo puedo ser parte de tu obra?” Esta oración se ha convertido en el ruego de su corazón cuando ve las necesidades del mundo que lo rodea. ¿Es esta oración el clamor del corazón de usted? Al estudiar esta primera lección comenzará a descubrir cuál es el plan de Dios para usted y cómo usted puede ser parte de su obra hoy.

Dios tiene una familia

La familia de Dios en el Antiguo Testamento

El libro de Génesis dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su semejanza y que le agradó lo que había creado (Génesis 1:27, 31).

Aunque Dios creó a todos los seres vivientes, sólo los humanos podían tener comunión con su Creador. Dios quería compartirse a sí mismo con la humanidad. Él quería una familia.

Pero la comunión con el Creador pronto fue interrumpida por el pecado de Adán y Eva (Génesis 3:1–24). Aun así, Dios todavía tenía una familia, y a través de la historia Él continuó la comunión con los que le obedecían.

En Génesis 4:26 leemos que la gente comenzó a invocar el santo nombre del Señor en adoración. La historia de Noé indica claramente que Dios tenía una familia en esa época. “Y lo hizo así Noé; hizo conforme a todo lo que Dios le mandó” (Génesis 6:22). Dios ya tenía hombres que hicieran su obra.

Comenzando con Abraham, tenemos un registro completo de una familia, la que llegó a ser la nación judía―el pueblo especial de Dios. Era un pueblo con una misión que Dios le había dado. Esta nación judía se llamaba Israel. Entre sus líderes estaba Moisés, quien sacó a los hijos de Israel de Egipto; David, un poderoso rey; los profetas, que comunicaban el mensaje de Dios al pueblo; y muchos otros. Podemos seguir la historia del pueblo especial de Dios a través del Antiguo Testamento. Muchos de ellos obedecían a Dios y hacían su obra.

La familia de Dios en el Nuevo Testamento

Cuando Jesús, el Hijo de Dios, vino a la tierra, Él trajo consuelo y ayuda, sanidad y perdón. Pero Él también tenía una obra más grande que sólo Él podía hacer. Él dio su sangre como el sacrificio perfecto por el pecado. Todos los sacrificios de animales que Dios ordenaba en el Antiguo Testamento
señalaban a Cristo. Después que Jesús se dio a sí mismo, ya no hubo necesidad de los sacrificios de animales.

La muerte de Jesús estaba dentro de la voluntad de Dios, pues Jesús había venido para hacer la voluntad de su Padre. Jesús dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). Complacido con la obra de su Hijo, Dios resucitó a Jesús de los muertos. Y después de pasar cuarenta días con sus discípulos, Jesús volvió al cielo (Hechos 1:3–9).

¿Qué debían hacer los seguidores de Jesús cuando su líder se fue? Él se lo había dicho antes de partir. Debían ir por todo el mundo y predicar el evangelio (Hechos 1:8).

En el libro de Hechos leemos acerca de hombres y mujeres que trabajaban para Jesús después que Él volvió al cielo. Algunos de éstos habían seguido a Jesús cuando Él estaba en la tierra. Dos de ellos, Pedro y Juan, iban camino al templo para orar cuando se encontraron con un mendigo cojo de nacimiento. Siendo que no tenían dinero que darle, Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6). Pedro lo tomó de la mano y le ayudó a levantarse. El hombre se fue caminando, saltando y alabando a Dios (Hechos 3:1–10). La obra de Jesús continuó a través de Pedro y Juan, pues muchos se hacían cristianos y la iglesia crecía.

Otro obrero especial de quien leemos en el libro de los Hechos era el apóstol Pablo. Antes de comprender el mensaje de Cristo él perseguía a los cristianos. Pero después de un encuentro personal con Jesús, Pablo llegó a ser uno de los obreros más fieles de la iglesia. Estableció iglesias en muchos países.

La familia de Dios hoy

La obra de Jesús continúa hoy―más de 2.000 años después que Jesús volvió al cielo. Antes de irse, Jesús mandó a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). El mandamiento de Jesús es para los creyentes de todas las generaciones. Las palabras de Jesús son para nosotros hoy.

Cuando se recibe y se cree en el mensaje de la salvación de Dios, la familia de Dios continúa creciendo. Los hombres y mujeres piadosos de la época del Antiguo Testamento, los creyentes de la iglesia primitiva y los creyentes de hoy son todos hijos de Dios y parte de su familia que continúa.

Dios le habla al mundo a través de su familia. Jesús está en el cielo, pero su obra en la tierra continúa a través de nosotros. El mensaje de vida, el mensaje de salvación por fe en el Hijo de Dios siempre será divulgado, pues ese es el trabajo de los cristianos.

El plan de dios para su familia

Sabemos que Dios tiene una familia y que la ha tenido desde la creación de Adán. Ahora pensemos en sus esperanzas y planes para su familia.

Ser como su Hijo

¿Le sorprendería enterarse de que Dios busca su imagen en sus hijos? Romanos 8:29 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”. Nada le agrada más a un padre que ver su imagen en sus hijos. Dios quiere que nuestra vida y nuestros deseos sean como los de Él. Debemos procurar ser justos y santos así como Él es justo y santo. Entonces seremos como su Hijo. A menos que seamos como su Hijo no podremos continuar con la obra de su Hijo aquí en la tierra.

Una vez un misionero fue a un nuevo país para predicar el evangelio. Él creía que nadie había visitado este país antes para testificar de Jesús. Cuando el misionero habló de la asombrosa personalidad de Jesús y de sus obras maravillosas, la gente respondió: “Ah sí, Jesús estuvo aquí. Nosotros lo hemos visto”. El misionero sabía que no podía ser cierto, pero al seguir la plática con la gente lo comprendió todo. Otro misionero había estado ahí dos años antes. ¡Era tanto como Jesús, que la gente creyó que había visto a Jesús!

Debemos ser como el Hijo de Dios si es que hemos de continuar con su obra. Debemos andar con Él, hablar con Él, leer y obedecer su Palabra. Debemos tratar de saber cuál es su voluntad y hacerla. Entonces llegaremos a ser como Él.

Llevar el evangelio

Tenemos el mandamiento de Jesús de llevar el evangelio a todo el mundo. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, debe haber obreros dispuestos a ir. Luego debe haber obreros que oren por los que van. También debe haber obreros que los apoyen económicamente para que puedan ir y predicar. En la obra del evangelio se necesitan biblias y materiales didácticos.

Cuando se establece una iglesia, se necesita de mucha gente para enseñar, orar, visitar a los enfermos, consolar a los que sufren. Algunos serán necesarios para construir el edificio de la iglesia y otros para limpiarlo. En la obra de Dios hay lugar para todo el que esté dispuesto a trabajar. Todos los cristianos deben estar dispuestos a trabajar para la gloria de Dios.

Pasar la eternidad con Él

Al final del día los padres reciben con alegría en casa a sus hijos. Aun cuando los hijos son mayores y viven lejos del hogar, los padres todavía quieren verlos y estar juntos con ellos.

Jesús dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2). Dios espera con ansia el día cuando su familia vuelva a casa. Él sabe que el día se acerca, de modo que ha preparado y planeado una reunión de la familia que será para la eternidad.

En esa celebración, el Padre dará recompensas. Jesús dijo que habrá una recompensa especial para los que han padecido por su nombre: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5:12).

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