Quién es Jesús 6: Jesús, la luz del mundo

¿Ha caminado alguna vez en medio de la oscuridad, sin una luz que le permitiera ver? Andando así, se ignora qué peligro puede haber a uno u otro lado, o en el trayecto que queda por delante. Ni siquiera se tiene la seguridad de estar bien orientados. Es muy fácil perderse en la oscuridad.

Es posible, también, que alguna vez usted haya pasado una noche de angustia ante un peligro, conocido o desconocido. Pudo haberse imaginado cosas terribles. ¡Cuán diferente se le presentaría la situación al día siguiente, ante la luz brillante y alegre del sol! Los temores de la noche se esfuman ante la luz del sol.

Es fácilmente comprensible por qué la Biblia se vale de la oscuridad como símbolo del mal, del error, de la inseguridad, de la turbación y de la muerte. Estas son cosas que nos causan temor y confusión.

En contraste, la Biblia usa la luz como símbolo de la vida, el gozo, la verdad y todo lo bueno. Nos dice que Jesús es la luz del mundo. ¡Qué nombre poderoso para describir al Hijo de Dios!

El mundo necesita luz

El pecado trajo tinieblas

Las tinieblas es la ausencia de luz. En el momento en que el pecado hizo separación entre Adán y Eva, y Dios, el mundo se precipitó en las tinieblas espirituales. ¿Por qué? Porque Dios es la fuente de luz. Sin Él, lo único que podemos hacer es andar a tientas en la oscuridad; perdidos, sin saber hacia dónde nos encaminamos. En el Antiguo Testamento leemos acerca de la oscuridad que trae separación. Dios envió al profeta Isaías al desobediente pueblo de Israel con este mensaje:

Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. (Isaías 59:2)

Hablando luego desde la perspectiva del pueblo:

Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos. (Isaías 59:9–10)

¡Qué cuadro más gráfico de la miseria! El NuevoTestamento también nos habla acerca de las tinieblas del pecado.

Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón. (Efesios 4:17–18)

Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos. (1 Juan 2:11)

La luz fue prometida

Dios es luz, el origen de toda luz. Las personas están en la oscuridad espiritual hasta el momento en que reciben una revelación especial de la luz de Dios. Es por eso que Jesús pasó a ser la luz del mundo; Él vino para darnos la luz de Dios, para revelarnos el amor y la voluntad de Dios.

Juan escribe sobre Jesús: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Y luego: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. (1 Juan 1:5)

Prestemos atención a lo que Jesús dice sobre sí mismo:

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)

Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo. (Juan 9:5)

A nadie debía haber sorprendido oír a Jesús llamarse a sí mismo “la luz del mundo”. El profeta Isaías había predicho que el Mesías vendría como la luz del mundo. Mateo citó esta profecía del Antiguo Testamento, diciendo que había tenido su cumplimiento en Jesús:

¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios. (Isaías 50:10)

El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria. (Isaías 60:19)

El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció. (Mateo 4:16)

Lo que hace la luz

La luz disipa las tinieblas

Jesús, la luz, disipa la oscuridad. Su presencia en los corazones ahuyenta el pecado, la culpabilidad y el temor. Su amor echa fuera el odio. Su luz trae esperanza, seguridad, consuelo y fortaleza al alma.

Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? (Salmo 27:1)

La luz es más fuerte que la oscuridad. Toda la oscuridad que hay en el mundo es incapaz de apagar aun una sola luz. Si usted tiene a Jesús en su vida, todos los poderes del mal que haya alrededor de usted, y las oscuras experiencias de la vida, serán incapaces de apagar la luz que emana de Él. Se dice que D. L. Moody contó la historia de una mujer cristiana que por largos meses estuvo postrada en cama, enferma; no obstante lo cual se la veía siempre muy animada.

No faltó quien le preguntara cómo era posible que estuviera tan feliz, ya que ni siquiera podía abandonar el lecho para ver la luz del sol. Ella de inmediato contestó: “Mi habitación es oscura, pero yo tengo a Jesús en mi corazón”. Jesús era su fuente interior de luz espiritual que echaba fuera la tristeza. Él inundaba su alma con su luz y su presencia.

La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. (Juan 1:5)

Aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz. (Miqueas 7:8)

La luz hace visibles las cosas

La luz nos permite ver las cosas tal como son. La única manera de conocer las verdades espirituales es por medio de la luz espiritual que procede de Dios. Esta luz la encontramos en la Palabra escrita de Dios, la Biblia, y en la Palabra (Verbo) viviente de Dios, Jesucristo. Es Jesús quien nos revela la vida y la interpreta. Es Él quien nos ayuda a entender la Palabra de Dios y el que nos señala el camino que Dios nos tiene trazado. Él mismo es el camino.

Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)

Jesús nos ayuda a vernos tal cual somos. Viéndonos a la luz de la perfección de su vida y de sus enseñanzas, es cuando realmente podemos apreciar cuán lejos estamos de ser lo que Dios espera de nosotros. Podemos ver nuestros pecados, nuestro orgullo, nuestro egoísmo, nuestras motivaciones
ocultas. Jesús nos hace ver la necesidad que tenemos del perdón y de la vida nueva que Él nos ofrece.

Jesús nos hace ver cómo es Dios, y la manera en que Él habrá de satisfacer nuestras necesidades. En Jesús vemos el amor de Dios hacia nosotros, su paciencia con nosotros, y la provisión que Él ha hecho para nuestra salvación. Él nos muestra cómo recibir a Dios en nuestra vida y cómo gozar para
siempre de su luz:

Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. (2 Corintios 4:6)

El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia. (Hebreos 1:3)

La luz es energía

La luz es energía radiante. Los científicos están adquiriendo más conocimientos cada día sobre la potencia de la luz que irradia el sol. Su energía es una tremenda fuente de potencia para usos humanos. Las personas pueden utilizarla para la calefacción de sus viviendas y para hacer funcionar su
maquinaria. Pero más que todo es su efecto sobre la vida y la salud. Hay muchas plantas que no crecen en la sombra. La luz solar mata muchos gérmenes, y contribuye a nuestra salud y nuestro vigor físico. Piense qué sería de la tierra sin el sol. No habría calor, no habría vida. No habría fuerza para mantenerla en órbita. Sería un enorme cuerpo esférico helado, perdido en el espacio, camino de su destrucción.

Lo que el sol es para la tierra, es para nosotros Jesús. Él otorga vida, calor, salud, energía y poder a aquellos que lo aceptan. Nos mantiene cerca de Él por su amor. Él sana nuestros cuerpos y espíritus. La luz de vida que Jesús da a sus seguidores es más poderosa que la muerte. Nada, ni siquiera
la tumba, podrá retenernos cuando Él regrese. Así como la planta nace y brota de la semilla y sale y se desarrolla en busca de la luz del sol, del mismo modo los muertos que en vida siguieron a Jesús saldrán de sus tumbas con un nuevo cuerpo y ascenderán para encontrarse con Él en su regreso a la tierra. El apóstol Pablo escribe:

Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. (1 Tesalonicenses 4:16–17)

La luz es equitativa

La luz es para todos, en cualquier lugar. Del mismo modo que el sol alumbra en la cima de la montaña y en la profundidad del valle, al rico y al pobre, al sabio y al ignorante; así alumbra la luz de Jesús para todo el mundo, sobre buenos y malos. Algunos creyeron que el Salvador sería solamente para su propia nación. Pero Dios dice muy claramente que su luz de salvación es para todo el mundo. Los evangelios registran:

Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. (Juan 1:9)

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz. (Lucas 1:78–79)

Un ciego estaba sentado a la vera del camino, mendigando una limosna, cuando en eso oyó que se aproximaba un gentío. Se enteró entonces de que era Jesús el que pasaba, seguido por la muchedumbre. El mendigo había oído hablar del poder que tenía Jesús para sanar, de modo que se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Lucas 18:38). La gente lo reprendía para que callase, porque creía que Jesús no tendría tiempo para ocuparse de un mendigo. Pero Jesús siempre tiene tiempo para atender a cualquiera que acude a Él. Y el mendigo seguía insistiendo. Entonces Jesús se detuvo y mandó traerlo a su presencia, y lo sanó.

Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios. (Lucas 18:43)

Después de que el mendigo tuvo su encuentro con Jesús, su vida adquirió un nuevo sentido y tomó una nueva dirección. Su mundo de oscuridad se transformó en día. Ya no le importaba lo que antes había sido, ni el lugar donde acostumbraba sentarse para mendigar, ni cómo había andado tropezando en la oscuridad. Ahora caminaba en la luz, ya no como un mendigo ciego, sino como seguidor de Jesús, la luz del mundo.

Cómo reaccionan las personas ante la luz

Rechazo

Hay personas que no quieren tener nada que ver con Jesús, y se niegan a aceptar su luz. Quieren seguir adelante y vivir su propia vida a su manera, y no hacer lo que Jesús les dice que hagan. Estando Jesús en la tierra, hubo quienes lo odiaron porque sus enseñanzas les hacían ver cuán pecadores eran. Querían apagar esa luz, querían matarlo. Lucharon en contra del evangelio. Jesús les hizo saber que Él había traído salvación para todos. Cualquiera que lo acepte a Él, será salvo. Pero los que rechazan su luz, se están condenando a sí mismos a vivir y morir sumidos en las tinieblas.

Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. (Juan 3:19–20)

Aceptación

Jesús prometió que “el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Cuando uno acepta a Jesús, tiene su luz como posesión propia. Esto es algo que uno tiene, y lo tiene en forma de una experiencia ininterrumpida. Jesús es la luz. Tenerlo a Él, es tener la luz de la vida y todo lo que la luz trae consigo. Tener la luz del mundo es más que tener un conocimiento, más que tener fuerza de voluntad, más que pertenecer a una determinada religión. Es más que saber acerca de Jesús o conocer sus enseñanzas. Es tener a Jesús mismo como una fuerza radiante, potente, que se manifiesta en nuestra vida.

Para tener la luz de Dios, debemos hacer algo: seguir a Jesús, caminar en su luz. Dios se revela a sí mismo y revela su verdad a aquellos que están deseosos de aceptar la verdad y seguirlo. Él nos guía día a día.

Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 Juan 1:7)

Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. (Proverbios 4:18)

¿Quiere usted seguir a Jesús y tener la luz de la vida? Recíbalo, entonces, de modo que Él tome posesión amplia de su vida entera. Permita que su presencia luminosa eche fuera totalmente la oscuridad. Siga en pos de su luz y compártala con quienes estén en su alrededor. Dé a Él la total posesión de su vida, de modo que Él la pueda colmar de su luz.

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