Quién es Jesús 7: Jesús, el que sana y bautiza
¡Ya hemos estudiado muchas cosas acerca de Jesús! Hemos aprendido que Él es el Mesías prometido, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, el Verbo, y la luz del mundo. Estos títulos nos enseñan verdades importantes acerca de quién es Él.
Mirando a las obras que Jesús realiza es otra manera de comprender quién es Él. En esta lección examinaremos dos de sus obras: Jesús sana al cuerpo y al espíritu enfermo, y Jesús nos bautiza en el Espíritu Santo. Es importante reconocer que Jesús puede hacer estas obras por ser quien es Él. Él puede sanarnos porque es el Hijo de Dios que ha creado todo, incluyendo nuestros cuerpos. Y Él puede bautizarnos en el Espíritu Santo porque Él es el Hijo del Hombre, el sacrificio perfecto que ha sido exaltado a la diestra del Padre en los cielos. De allí Él envía al Espíritu Santo a sus hijos. Él realiza estas obras porque nos ama. ¡Qué amigo maravilloso!
Jesús sigue vivo hoy, y sigue sanando y bautizando. Al estudiar estos ministerios de Jesucristo, usted descubrirá las muchas maravillosas bendiciones que acompañan estas obras.
Jesús, el Médico Divino
En las páginas de los evangelios nos encontramos con Jesús como el Gran Médico, que cura el cuerpo y el alma. Y cuando hablamos con sus seguidores, vemos que Él continúa ejerciendo su ministerio en el día de hoy.
Sanador del cuerpo y del alma
¿Qué es un médico? ¿Qué hace? Las respuestas a estas preguntas nos ayudarán a considerar a Jesús como nuestro Médico Divino. Un buen médico:
1. Tiene el deseo de ayudar y sanar al enfermo.
2. Está habilitado y preparado para atender al enfermo.
3. Somete a sus pacientes a un prolijo examen.
4. Hace el diagnóstico de la enfermedad.
5. Indica el tratamiento a seguir.
6. Aplica el tratamiento necesario (con el consentimiento del paciente).
¿Corresponden estos seis enunciados a Jesús? ¡Sí, cada uno de ellos! Él demostró que se interesó por los enfermos del alma y del cuerpo. Como nuestro Creador, Él no tiene necesidad de hacernos exámenes médicos para descubrir nuestros males. Él nos conoce y comprende nuestras necesidades. Él nos hizo, de modo que puede restaurar la parte del cuerpo que anda mal.
Tanto la sanidad como la salvación son elementos vitales del ministerio del Salvador. En realidad, la Palabra salvación incluye, en la Biblia, tanto la salud corporal como la del alma.
Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó. (Mateo 4:23–24)
[El hizo esto] para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias. (Mateo 8:17)
Jesús sanó a todos los que acudieron a Él en busca de sanidad: los ciegos, los enfermos, los tullidos, como asimismo los que tenían sus espíritus atrapados por el temor, la duda y el odio. Nuestro Medico Divino Jesús, vino para traer salud al hombre entero: a su cuerpo, su mente, sus emociones y su espíritu. Él quiere que gocemos de la vida en toda su plenitud. Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. (Juan 10:10)
Continuación de su obra
Jesús sigue siendo el Gran Médico. Él comisionó a los suyos a que salieran a sanar a los enfermos en su nombre. Lo que Él hizo en forma personal cuando estuvo aquí en la tierra, como hombre, lo hace ahora en contestación a la oración y por medio del Espíritu Santo. Hoy, Jesús sigue siendo el mismo. Son miles las personas que pueden decir cómo han sido sanadas en respuesta a la oración.
Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios…sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían. (Marcos 16:17–18, 20)
Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. (Hebreos 13:8)
¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. (Santiago 5:14–15)
Jesús, el que bautiza en el Espíritu Santo.
Leemos en el Antiguo Testamento acerca de profetas, sacerdotes y gobernantes, lideres todos ellos del pueblo de Dios, que fueron llenos del Espíritu Santo. Recordemos que ellos fueron ungidos con aceite para apartarlos para Dios. El aceite que se vertía sobre ellos era simbólico. En realidad,
dependían de Dios para que Él derramara sobre ellos el Espíritu Santo y les confiriera de ese modo el poder de hacer cualquier cosa que Él quisiera.
En cierto momento Dios le dio al profeta Joel una maravillosa promesa. Vendría el tiempo cuando Dios derramaría su Santo Espíritu sobre su pueblo, no sólo sobre los dirigentes.
Después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mí Espíritu en aquellos días. (Joel 2:28–29)
Cientos de años después, Dios le dijo a Juan el Bautista que el Mesías bautizaría a la gente con el Espíritu Santo. Dios había enviado a Juan el Bautista como su mensajero especial para preparar el camino para el Mesías, y para hacer su presentación pública. Grandes multitudes se congregaron para oír predicar a Juan el Bautista. Juan bautizó a muchos de ellos en agua, como demostración de que ellos se habían arrepentido de sus pecados y que ahora pertenecían a Dios. Juan les dijo:
Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (Mateo 3:11)
No mucho tiempo después, Juan presentó públicamente a Jesús. Para ello hizo uso de cuatro figuras o títulos, para describir a Jesús y su misión:
1. El Cordero de Dios.
2. Era primero que yo.
3. El que bautiza con el Espíritu Santo.
4. El Hijo de Dios.
He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. . . Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios. (Juan 1:29–30, 32–34)
Como vemos en estos pasajes, la Biblia usa el verbo “bautizar” (cuyo significado es “sumergir” o “mojar”) para hablar de dos experiencias: 1) siendo sumergido en agua para mostrar el arrepentimiento, y 2) recibir el don del Espíritu Santo. Cuando Dios envía su regalo del Espíritu Santo sobre los
creyentes, ellos son “bautizados” o sumergidos en el Espíritu Santo. El resultado es que son “llenos” del Espíritu Santo.
Durante los tres años y medio que duró el ministerio público de Jesús, sus discípulos se deben haber preguntado repetidamente cuándo los bautizaría a ellos con el Espíritu Santo. A esta experiencia Jesús la llamaba “la promesa del Padre”. Pero primero debía llevar a cabo su misión como el Cordero de Dios, antes de poder ser el que los bautizara en el Espíritu Santo. Él debía morir, resucitar, y volver al cielo. Sólo entonces les enviaría el Espíritu Santo. La noche antes de su muerte, Jesús les dijo a sus discípulos muchas cosas sobre el Espíritu Santo.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre…Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho…Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí…Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré…Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. (Juan 14:16, 26; 15:26; 16:7, 13)
Después de su resurrección, justo antes de ir al cielo, Jesús les dijo a sus seguidores: 1) Primero, que recibieran el Espíritu Santo y su poder para que pudieran ser testigos de Él. 2) Luego, que fueran por todas partes y hablaran a todo el mundo acerca de Jesús y su salvación.
Les mandó que…esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:4–5, 8)
El cumplimiento
Unos instantes antes de subir al cielo, Jesús les dijo a sus seguidores, que pocos días después ellos serían bautizados con el Espíritu Santo. Volvieron a Jerusalén y allí se quedaron esperando, ¡hasta que el acontecimiento se produjo diez días después, el día de Pentecostés! Jesús los bautizó (a 120
creyentes) con el Espíritu Santo y fuego. Y recibieron el poder que Él les había prometido, o sea, el poder para ser sus testigos.
Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?…les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. (Hechos 2:1–7, 11)
Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, le dio al pueblo el mensaje de Dios: Estaban presenciando el cumplimiento, de parte de Dios, de la profecía de Joel. Habían rechazado a Jesús como el Mesías y lo habían crucificado. Pero Dios lo levantó de entre los muertos. Jesús subió al cielo y les mandó el Espíritu Santo a sus seguidores. Esto probaba que Jesús era el Mesías.
Lucas registra:
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís…que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. (Hechos 2:32–33, 36)
El mensaje de Juan de que Jesús bautizaría con el Espíritu Santo era cierto. Jesús era el Cordero de Dios, el que bautizaría, el Hijo de Dios, el Mesías. ¡Qué error tan tremendo, que no hubiesen creído en Jesús! Su incredulidad lo había llevado a la
cruz. ¿Podría Dios perdonarlos?
Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare… Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. (Hechos 2:37–39, 41)
Desde ahí en adelante el libro de los Hechos es la historia de cómo los creyentes, llenos del Espíritu, fueron testigos de Jesús dondequiera que iban.
¿Bautiza Jesús todavía con el Espíritu Santo? ¡Sí! La profecía de Joel se está cumpliendo hoy más que nunca antes en la historia. Suman millones los creyentes en el mundo entero que han recibido la experiencia pentecostal, el bautismo del Espíritu Santo. Jesús les está dando vida nueva y poder a
muchas iglesias. A esto lo llamamos la renovación carismática. Carisma significa regalo. El Espíritu Santo viene como un regalo, y trae consigo muchos dones de poder espiritual.
En esta lección hemos aprendido más acerca de quién es Jesús al estudiar su obra trayendo sanidad al cuerpo y bautizando en el Espíritu Santo. Él tiene estos dones y está listo a compartirlos con usted. Solo hace falta que usted se lo pida. Él dijo:
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan. (Lucas 11:9, 13)