Quién es Jesús 8: Jesús, el Salvador

Hemos aprendido que Jesús sana y bautiza con el Espíritu Santo. Estas son verdades maravillosas. Pero hay otra cosa que hace Jesús aún más importante: ¡Jesús salva! Jesús murió por nuestros pecados, resucitó de los muertos, y ganó la victoria sobre la muerte, el pecado y el infierno por siempre. ¿Quién es Jesús? Es el único salvador del mundo.

La Biblia dice que el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Esta sencilla declaración es el sentido del cristianismo. Otras religiones tratan de interpretar los altos ideales de la vida. Le dicen al hombre por qué sufre, cómo debe vivir, y cómo será castigado si se equivoca. No le confieren el poder de vivir una vida victoriosa sobre el pecado.

Pero Cristo se le presenta al hombre con el mensaje de salvación, en el lugar y en el estado en que se encuentra, y sin distinción de ocupación o clase social. Usted ha fracasado, pero no obstante puede triunfar. Usted puede estar manchado por la culpa del pecado, pero puede ser limpiado. Cómo Dios salva al hombre a través de Jesús es el tema de esta lección.

Jesús, el Salvador del mundo

Las buenas nuevas del evangelio es el hecho de que Jesús ha venido para ser el Salvador para toda la humanidad. Cuando Jesús nació, un ángel les dijo a los pastores:

No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. (Lucas 2:10–11)

El nombre de Jesús

El nombre Jesús significa “Jehová salvará”, o “Salvador”. Dios el Padre eligió este nombre para su Hijo. Él mandó un ángel a decirle a José (el padre adoptivo de Jesús) cómo debía llamar al niño que tendría María. El nombre Jesús les recordaría constantemente quién era Jesús, y por qué había nacido. Él era el Hijo de Dios que descendía del cielo para salvarnos de nuestros pecados. El ángel dijo: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).

Cuando pronunciemos u oigamos mencionar el nombre de Jesús, recordemos su mensaje de buenas nuevas para nosotros: Jehová, el eterno, el Dios que existe por sí mismo, vino al mundo para salvarnos. Dios le salvará. Esta es la promesa que reclamamos cuando oramos al Padre en el nombre de
Jesús. Susurremos el nombre de Jesús en adoración y oración. Cantemos de Jesús el Salvador. Hablemos a otros acerca de Jesús. Él es el único Salvador, el que el Padre envió para salvarnos. Pedro y Juan sanaron a un tullido, en el poder del nombre de Jesús. Pedro lo explica de esta manera:

Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa
sanidad en presencia de todos vosotros. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. (Hechos 3:16; 4:12)

Naturaleza de la salvación

La palabra salvación es, en la Biblia, una palabra de amplio significado. Salvar implica la idea de rescatar de algún peligro, liberar de un cautiverio o de un juicio, mantener en seguridad, y sanar. Jesús, nuestro Salvador, nos rescata del poder de Satanás, nos libera de la esclavitud del pecado, asume nuestro lugar y nuestra culpa en el juicio, nos conduce a lugar seguro, y nos concede la salud del cuerpo y del alma.

Jesús vino para salvarnos de la perdición y de los peligros de una vida separada de Dios. El pecado ha hecho separación entre nosotros y Dios. Hemos errado el camino. Damos vueltas en círculo en medio de la oscuridad de una vida carente de propósito y malgastada. Sin Dios, se cierne sobre nosotros la muerte eterna. Pero Jesús vino para salvarnos, para traernos de vuelta a Dios. Él nos vuelve a la buena dirección, nos ilumina con la luz de su presencia, y le da propósito y sentido a nuestra vida. Jesús calma nuestros temores, nos da paz y gozo, nos aparta de la destrucción que nos amenaza, y nos conduce a nuestro hogar eterno. Jesús dijo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

Jesús vino para salvarnos de la culpabilidad y del castigo de nuestros pecados. Todos hemos violado las leyes divinas, y por ello afrontamos el castigo de una eterna separación de Él. Pero Jesús cargó sobre sí la culpa de nuestros pecados, y por su propia voluntad murió en nuestro lugar, con el fin de que pudiésemos ser perdonados.

Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23)

Jesús vino para salvarnos del poder del pecado y de Satanás. Él nos libera de nuestra propia naturaleza pecaminosa, rebelde y egoísta, y nos da la nueva naturaleza de los hijos de Dios. Él destruye el poder de la tentación, y nos libera de los deseos y hábitos que arruinan nuestra salud y dañan nuestra alma. En Jesús encontramos seguridad ante los ataques de Satanás. No estaremos exentos de luchas, pero Jesús nos da la victoria.

Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia…Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. (Romanos 6:20, 22)

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5:17)

Jesús vino para salvarnos de los efectos del pecado, y aun de la misma presencia del pecado. Nos da salud a nuestro cuerpo y a nuestra alma. Y llegará el día en que nos dará un cuerpo nuevo que no estará sujeto a la enfermedad. Ahora está preparando un hogar en el cielo para todos aquellos que Él
salva del pecado. Cuando muramos o cuando Él regrese a la tierra por nosotros, nos llevará a ese hogar celestial. Y algún día Jesús establecerá su gobierno en la tierra, y procederá a purificarla de todo pecado. Hasta la misma naturaleza será liberada de la violencia y la destrucción. Todo será perfecto. ¡Qué salvación tan grande!

Y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. (Apocalipsis 21:3–4)

Jesús, el Cordero de Dios

El título Cordero de Dios se refiere en forma especial a la misión de Jesús como Salvador del mundo.

Sacrificio del Cordero

Cuando Jesús estaba para dar comienzo a su ministerio público, Juan el Bautista lo presentó a una gran multitud con las siguientes palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).

Todos los que oyeron a Juan, sólo pudieron interpretar sus palabras de una manera. Se mataban corderos para ofrecerlos como sacrificio por el pecado. Los pecadores hacían confesión de sus pecados a Dios, y le pedían que aceptara la muerte del cordero en lugar de ellos. Jesús fue el sacrificio que Dios había enviado para morir por todos los pecadores, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo.

El gran profeta Isaías había escrito sobre la forma en que Dios haría del Mesías un sacrificio por nuestros pecados. Sería falsamente acusado y condenado a muerte como un delincuente. Él cargaría con la culpabilidad de todos nuestros pecados. Él moriría en nuestro lugar, como sustituto nuestro, de modo que nosotros pudiésemos vernos libres del pecado. Después Él volvería a la vida, vería los resultados de su sacrificio, y quedaría satisfecho.

Todo esto le aconteció a Jesús exactamente como Isaías lo había anticipado.

Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.

Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido.

Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.

Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.

Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos; y llevará las iniquidades de ellos.

Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores. (Isaías 53:3–12)

Los cuatro evangelios nos dicen cómo murió Jesús por nuestros pecados. Los dirigentes religiosos no estuvieron dispuestos a aceptarlo como el Mesías. Le tenían envidia y acordaron matarlo. Lo acusaron ante el gobernador, consiguieron testigos falsos para que mintieran acerca de Él
en su juicio. Pilato, el gobernador romano, sabía que Jesús no era culpable, pero cedió ante las exigencias de los dirigentes religiosos y del gentío.

La chusma clamó por su muerte, y Pilato lo entregó para ser crucificado. Esta era la sentencia para los peores criminales.

Algunos han preguntado por qué Jesús tuvo que morir para salvarnos. Él tuvo que morir porque Dios no podía simplemente poner a un lado el castigo que merecíamos. ¿Cuál sería la solución? Solamente la muerte de Jesucristo, el Hijo de Dios. La justicia de Dios requería un sacrificio por el pecado, y la misericordia de Dios ha provisto ese sacrificio.

Jesús dio su vida voluntariamente. Aunque hombres malvados le atacaron, no tuvieron poder para matarle. Él podía haber llamado a su Padre a juzgarles, pero no quiso hacerlo. Él escogió libremente cumplir con su misión.

En ese día tenebroso, sus enemigos lo llevaron a un lugar llamado “la calavera”. Jesús fue crucificado, clavado a una cruz por sus manos y sus pies. Estuvo allí colgado entre dos ladrones. Y allí murió el Cordero de Dios, hecho sacrificio por nosotros.

Actitudes hacia el Cordero

En las actitudes adoptadas por la gente en el Calvario, podemos ver una figura de toda la humanidad. Algunos miraban a Jesús con odio, mofándose de Él y de las aseveraciones que hacía. Otros parecían indiferentes, echando suertes sobre su ropa en momentos en que Él estaba muriendo. Algunos miraban desilusionados. Pero hubo también algunos que miraban a Jesús con fe, esperanza y amor.

Tres cruces había sobre ese monte. Tres hombres murieron ese día. En sus actitudes, quizá podemos hallar la nuestra.

Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen…

Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23:33–34, 39–43)

Las tres cruces nos hablan de rebelión, redención y arrepentimiento. En una de ellas un hombre estaba muriendo en pecado (rebelión). En la segunda moría el Cordero de Dios por el pecado (redención). En la tercera, un pecador moría al pecado (arrepentimiento).

Rebelión. En la cruz de la rebelión estaba colgado un hombre que moría en sus pecados. Había desperdiciado su vida en hacer el mal. La vida lo había tornado cruel y amargado, y ahora se enfrentaba con su postrera derrota, la muerte. Si solamente hubiera creído, podría haber encontrado ayuda a su lado. Estaba en la misma presencia de Dios. Pero la rebelión que anidaba en su corazón lo impedía ver las verdades espirituales. Teniendo al Salvador a su alcance, murió en medio de una amarga agonía de espíritu, cargado de odio, resentimiento y desesperanza.

Redención. En la cruz de redención, Jesús murió por nuestros pecados. Estábamos bajo sentencia de muerte debido a nuestra rebelión contra Dios. Y aun más, nos habíamos vuelto esclavos de Satanás, el enemigo de Dios. La muerte de Jesús cambió todas las cosas. Cuando Cristo murió, él pagó el precio por nuestro perdón y derrotó a Satanás completamente. Dios aceptó a Jesús como nuestro sustituto, y Satanás ya no tiene poder sobre los redimidos.

Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. (1 Pedro 1:18–19)

Arrepentimiento. En la tercera cruz murió un pecador a sus pecados, y fue liberado de ellos para siempre, como consecuencia de haber confiado en Jesús. Este hombre estuvo dispuesto a enfrentarse consigo mismo y con la verdad; confesó su pecado. Reconoció a Jesús como el Salvador, el Mesías.
Jesús estaba muriendo, pero el ladrón arrepentido creyó que Él algún día gobernaría el mundo. Así que le pidió al Salvador que se acordara de él (que tuviera misericordia de él) cuando viniera como Rey. ¡Cuánta fe! Una de las últimas cosas que hizo Jesús antes de morir, fue perdonar los pecados del ladrón moribundo y darle vida eterna.

Cada cual decide su propio destino eterno, de acuerdo con lo que haga con respecto al Salvador. Ambos ladrones tuvieron la misma oportunidad. Uno de ellos se aferró a su rebelión y odio, injuriando al Único que lo podía salvar. El otro se arrepintió e imploró misericordia. Uno de ellos fue al infierno, que es un lugar de eterno sufrimiento. El otro fue al cielo (Paraíso), lugar de eterna felicidad. Estos hombres son figura de todos nosotros.
Uno era rebelde y perdido. El otro se arrepintió, le confesó a Jesús su necesidad, y fue salvo. ¿El ejemplo de cuál de ellos seguirá usted? Puede encontrar vida eterna, perdón, paz y ayuda con sólo acudir a Jesús en oración. En este momento Él está cerca de usted.

Para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia. (Efesios 1:6–7)

[Cristo] llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia, y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas. (1 Pedro 2:24–25)

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