La Aceptación De La Verdad Es Un Acto Personal
Para siempre, oh Dios, permanece tu palabra en los cielos…
Llegue mi clamor delante de ti, oh Dios, dame entendimiento conforme a tu palabra.
Podemos pedir en oración, como lo hizo David, mejor comprensión de la Palabra de Dios y de su plan para nosotros. Mas también hemos oído de los profetas de muchas maneras que el entendimiento del hombre nunca es perfecto. La forma de actuar de Dios está muy por encima de la del hombre. No nos toca a nosotros comprender co nuestro intelecto humano cada aspecto del plan de redención trazados por Dios a través de Jesús el Mesías. Todavía queda un misterio en la profundidad de su amor y la naturaleza de su sacrificio. Nuestra relación con Dios debe basarse en la confianza. Debemos aceptar por fe.
Debido a que somos creación de Dios y nuestro propósito consiste en serle gozo y darle honra a El, nos ha dado esa cualidad a la que el profeta llamó sed. Recuerde lo que dijo él: “Vengan a las aguas todos los sedientos.» Tenemos una profunda necesidad de Dios. Tenemos sentimientos de miseria e incertidumbre cuando nuestra relación con el no está bien. La sed interior nos impulsa a buscar a Dios. Puesto que El ha puesto esa sed en nosotros, y nos ha invitado a acercarnos a El, no nos echará fuera. Nos ayudará a comprender lo que desea que comprendamos. Pero más importante aún, nos ayudará a creer y a confiar en El. Nos dará ſe para aceptar su revelación de misericordia para toda la humanidad.
Cualquiera que acepta la misericordia de Dios puede decir «Me ha librado del pecado. He sufrida por mi. Gracias a su sacrificio, puedo tener vida. Solo se me demanda que acepte esta verdad y viva de acuerdo con ella.»
Hay otra hermosa verdad que no se puede explicar con palabras terrenales. Es la siguiente: Jesús el Mesías es más que un sustituto de sacrificio. No sufrió en nuestro lugar simplemente para librarnos de la humillación y la tortura del fuego del infierno. Aquel que no hizo pecado también se constituyó en nuestro Abogado, en mediador, para derribar la pared intermedia de separación de pecado con su sacrificio efectivo. Se dio a sí mismo a fin de restaurar nuestra relación con Dios. Nos dio libertad de la culpa y, además, el poder de vivir para El y con El en armonía y gozo para siempre.
Cuando usted cree y acepta la provisión de Dios para la salvación del pecado, queda libre de su juicio, puesto que Jesús el Mesías sufrió en su lugar. Ya no es usted culpable, porque la pena del pecado ha sido ya cubierta. Es una nueva persona cuya relación con Dios ha sido restaurada. Hay comunión y compañerismo entre su espíritu y el Espíritu de Dios.
Si usted siente hoy en su corazón una incertidumbre, intranquilidad, no las ignore. Es esa sed de Dios, a la cual se refirió el profeta. Clama a Dios en las palabras de David.
Oh Dios… No me eches de delante de ti…
Ten piedad de mi, oh Dios, conforme a tu misericordia. Porque yo reconozco mis rebeliones. Contra ti, contra ti sólo he pecado… Lávame más y más de mi maldad, y limpiame de mi pecado.
Pídale a Dios en oración que abra sus ojos para que pueda ver su Revelación; que abra su mente para que pueda percibir su Revelación; y que abra su corazón para que pueda recibir su Revelación.
Pídale a Dios que le revele a usted personalmente la verdad del sacrificio y la gloriosa resurrección de Jesús el Mesías. Pídale que le dé fe para aceptar su salvación perfecta, Escuche con su corazón, y oiga de nuevo las palabras de Jesús el Mesías: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida.»
Hoy Jesús el Mesías es la Revelación de la Misericordia de Dios para su Alma.