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La Voz de los Profetas

La Visión y el Llamamiento

No estamos seguros del número de personas a quienes Dios ha  escogido para que ministren cómo sus profetas. De seguro que hay muchos cuyos nombres nos son desconocidos. Pero no hay duda alguna respecto al oficio de Isaias. Fue uno de los profetas más grandiosos, seleccionado particularmente por Dios para darle a la humanidad el mensaje divino de esperanza y salvación.

Es probable que Isaías ha ya provenido de una familia prominente en el gobierno, ya que durante gran parte de su vida se mantuvo muy activo en la corte del rey. Fue un historiador muy competente para varios reyes. Como escritor dotado de talento, su estilo refleja refinamiento y cultura. Su lenguaje es poético y contiene expresiones dramáticas. Como amante de la naturaleza y atento observador del comportamiento humano, le fue posible escribir en forma tal que la gente sencilla podia entenderle. Mas como hombre de estado bien educado, escribió de tal manera que lama la atención de historiadores y eruditos. Proclamó las palabras de Dios verbalmente y por escrito como por 60 años y fue testigo del cumplimiento de muchas de sus profecias durante su vida

Hemos aprendido que Dios habla a sus escogidos durante tiempos de gran necesidad y los usa para influir sobre las vidas de los demás. Hemos observado que Dios habla a través de sus profetas cuando su pueblo está en peligro de destrucción debido al pecado y la idolatría. Estas condiciones eran una realidad en la experiencia de Isaias. El pueblo estaba en guerra contra fieros enemigos. Además, muchos de ellos no obedecían a Dios y adoraban idolos. Eran desconsiderados e injustos en sus relaciones con los demás.

Peor aún, no querian reconocer su pecado ni su necesidad. Seguían ofreciendo sacrificios de animales y llevando a cabo ceremonias rituales y ayunos en nombre de la religión. Eran orgullosos y actuaban como si Dios les hubiera concedido derechos especiales. Isaías comprendió muy bien la situación y habló al pueblo diciendo: «¡Escucha tú, tierra!»

Entonces Dios le permitió recibir una visión maravillosa. «Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime», dijo Isaías. «Por encima de él habia serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrian sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.»

Isaias quedó maravillado. Entonces los postes y los quiciales de las puertas se estremecieron y la casa se llenó de humo. Isaías sabia que estaba en la presencia del Santo. Se sintió atemorizado y clamó: «¡Ay de mi! que soy muerto; porque soy hombre inmundo de labios, y habito en medio de pueblo que tiene labios inmundos, y han visto mis ojos al Señor todopoderoso.»

Entonces uno de los serafines voló hacia el altar, al fuego. Con tenazas levantó un carbón encendido y con el mismo tocó los labios de Isaías.

Esto tocó tus labios», dijo el serafin, «y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado».

Entonces la voz de Dios le dijo: «A quién enviaré, y quién irá por nosotros?»

Isaias dijo: «Aquí estoy, enviame a mi.

«Ve,» le dijo Dios, «ve y da mi mensaje al pueblo. Adviérteles del juicio que vendrá por sus malos caminos. Pero diles también que Dios está con ellos, que enviará redención a todos aquellos que abran sus oídos para oír y sus ojos para ver la verdad. Que enviará un redentor cuyo nombre será EMANUEL, que significa: ‘Dios con nosotros'»

 

 

 

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